miércoles, 2 de agosto de 2023

Obligar a un alumno a repetir es una medida nefasta

Apenas repuestos de la sorpresa de saber que en muchos colegios e institutos las notas se hinchan, recibimos otro inesperado revés: repetir es malo. No solo malo, es nefasto. Eso dice el sociólogo Daniel Gabaldón en este artículo: REPETIR CURSO | "Una medida nefasta que no sirve" | El Periódico de España.

Así que, profesores en activo, ya sabéis, abandonad esa perniciosa afición. Profesores retirados, arrepentíos de vuestros inconfesables apetitos pasados.

Ya en el primer párrafo, el señor Gabaldón nos ilumina: en Finlandia y Suecia, considerados los mejores sistemas educativos, casi nadie repite. Así que, profesores, aprobad a la muchachada para que el sistema educativo en España sea tan bueno como el de esos dos países nórdicos.

Lamento repetirme, pero es que pedagogos, sociólogos, políticos y opinadores en general caen una y otra vez en la misma falacia: confundir el problema con la consecuencia del problema, la enfermedad con el síntoma. 

Este sociólogo no dice una palabra de cómo mejorar el aprendizaje para que los alumnos alcancen los objetivos de curso o de etapa y, por tanto, no tengan que repetir. Entre líneas se lee que basta con que los profesores pongan notas buenas. Buenas en dos sentidos, por un lado, superiores a 5 y por otro, políticamente correctas. De hecho, pone como ejemplo de lo que se hizo bien el que el año del confinamiento solo repitió el 3,9% del alumnado, mientras que el curso siguiente ya se hicieron las cosas mal, pues repitió más del 8%. ¡Fantástico argumento falaz! Todos sabéis por qué aprobó casi todo el mundo el año 2020 y por qué no aprobaron todos el curso siguiente. Basta indicar lo que dice el propio Gabaldón: "se dieron facilidades al estudiantado". Encantador eufemismo para lo que fueron instrucciones explícitas de las administraciones educativas de aprobar "como norma general". Y ese aprobado "como norma general" provocó un enorme número de alumnos que se tomaron el tercer trimestre a beneficio de inventario, lo cual está en el origen del mayor fracaso del curso siguiente.

Vamos por partes: Finlandia y Suecia son los mejores sistemas educativos según se desprende del informe PISA. Pues no, los mejores son China, Corea del Sur y Japón. Finlandia ha sido casi siempre el mejor de Europa. CASI siempre. Por ejemplo, en el informe de 2018, en matemáticas, Finlandia ha sido superada por Estonia, Países Bajos, Polonia, Suiza, Dinamarca, Eslovenia y Bélgica, en Europa; además de por China (dividida en tres áreas: Shanghái y alrededores, Macao y Hong Kong) Singapur, Taiwan, Japón, Corea del Sur y Canadá en Asia y América. Últimamente, Estonia supera con frecuencia a Finlandia. De hecho, desde  2012, Finlandia cae en matemáticas.

Respecto a Suecia, es verdad que ha obtenido algunos años puestos altos, pero, por ejemplo en 2015, obtuvo el puesto 28 en ciencias (empatada con España), el 17 en lectura y el 23 en matemáticas. O sea, no está considerado, ni mucho menos entre los mejores.

Puestos a copiar de los buenos, ¿por qué no copiamos a China y Corea del Sur? En Corea del Sur todos los alumnos tienen siete horas de clase diarias en su colegio, pero, después asisten a prestigiosas academias privadas para continuar estudiando, de modo que se pasan largas jornadas dedicadas solo al aprendizaje. Para evitar excesos, el gobierno ordena que las academias cierren ¡a las diez de la noche! De ese modo, los adolescentes solo estudian de 8 de la mañana a 10 de la noche. Aún así, muchos escolares continúan hasta las once en casa con la ayuda de sus padres. Añadiré que los profesores gozan de gran respeto y consideración social y la población está encantada con su sistema y su éxito. Bueno, pues no tenemos más que trasladar el modelo. Podemos empezar por triplicar el sueldo a los profesores y obligar a los alumnos a dedicar catorce horas al día al estudio y a los padres y madres a apoyar la medida y ya está, ¡Ah! Que la idiosincrasia de los coreanos no tiene nada que ver con la de los españoles. ¿Y la de los finlandeses?

Veamos Finlandia. Tienen menos horas de clase que en España. Aunque no suelen tener muchos deberes en sentido estricto, al acabar las clases, dedican largas horas al estudio en su casa, acompañados de sus padres cuyos horarios laborales les permiten estar con sus hijos. Por otro lado, los profesores gozan de gran respeto y consideración social, tienen elevados salarios y la profesión docente es muy prestigiosa. Igualito que aquí. Y un detalle muy importante: ni en Suecia ni en Finlandia existe conflictividad en las aulas. Un profesor sueco o finlandés no sabe lo que es tener que mantener el orden o llamar la atención al alumnado. Como aquí, vamos.

Pero hay algo que el señor Gabaldón señala y que el informe PISA confirma: los ricos repiten menos que los pobres (en palabras de Gabaldón), o que el entorno económico-social del alumno es el principal factor de desigualdad en el sistema español (en palabras del PISA). Gabaldón da una explicación peregrina. Los profesores prefieren relacionarse con alumnos bien vestidos (los españoles de bien de Feijoo), antes que con chicos de barrio humilde. "Es más fácil que los docentes vean con buenos ojos al estudiante de buenas maneras, bien vestido y educado, que al que habla mal o con dejes de barrio. El profesorado empatiza más con la clase alta" (sic). Para mí, esta afirmación es gravemente ofensiva para el profesorado.

Este Gabaldón nunca se ha encontrado con el cachorro de una familia adinerada, soberbio, faltón, maleducado, consentido y con deje de pijo. Ni con un hijo de un obrero, vestido humildemente, con bolígrafos baratos y libros de segunda mano, buen o mal estudiante y lleno de impecables principios éticos y morales; que dice "no me diera de cuenta", pero que veinte años más tarde todavía va de visita al instituto a contarte cómo le va en la vida.

Así que, según Gabaldón, las desigualdades en España dejarían de afectar al proceso educativo de los más desfavorecidos si los profesores "empatizaran" más con los chicos que tienen dejes de barrio y los aprobaran tanto como a los ricos bien vestidos.

El asunto de las desigualdades sociales no es para tomárselo a broma. La propia Unión Europea alerta sobre lo que está sucediendo en los países del sur.


Este gráfico procede de un informe sobre el euroescepticismo publicado en El Confidencial en 2019. Muestra cómo España es el cuarto país de de la Unión con más riesgo de pobreza, solo mejor que Letonia, Rumanía y Bulgaria. Mientras tanto, Finlandia es el segundo país con menos riesgo de pobreza.





Este otro gráfico, publicado en elDiario.es en 2021, muestra la proporción entre los ingresos del 20% de la población más rica y el 20% de los más pobres. Nuevamente, España es el cuarto país donde esta (des)proporción es mayor y Finlandia el cuarto más igualitario.


Finalmente, este otro, también de elDiario.es, muestra cómo el enriquecimiento de los más ricos y el empobrecimiento de los más pobres se agravaron durante la pandemia.

Así que, mientras los muy aficionados a obligar a repetir vamos empatizando más con los pobres de las barriadas, el estado y la Unión podían ir pensando en solucionar las desigualdades sociales y parecerse más a la tan envidiada Finlandia. Ello con el apoyo de los capitalistas que no son despiadados.
¡Cielos!, me ha salido una frase ambigua. No he querido decir que solo aquellos capitalistas que no son despiadados deben colaborar, no. He querido decir que los capitalistas (todos ellos) no son despiadados.

Por mi parte, creo que para evitar la repetición de curso podrían explorarse medidas tendentes a conseguir que el alumnado alcance los objetivos de curso o de etapa, de modo que el aprobado, la promoción de curso o la titulación de etapa sea una consecuencia de ello y no una medida obligada por la presión de la administración y de la sociedad para mejorar las estadísticas. Hablaré de la enseñanza secundaria que es lo que mejor conozco.

En primer lugar, y totalmente en serio, España necesita mejorar la justicia social, la redistribución de la riqueza y disminuir la marginalidad hasta niveles comparables a los de los países nórdicos.

En segundo lugar hay que estudiar con calma y sin prejuicios partidistas la redefinición de la enseñanza básica y de la enseñanza común. Debemos reconocer que la ESO es un fracaso. A partir de tercero de ESO, todo es un barullo de remiendos: adaptación curricular, diversificación, programa de mejora, FPB, PCPI, etc. Podrán los políticos y psicopedagogos salvar la cara manteniendo el nombre, ESO, pero debe cambiar completamente.
Por un lado, debe ser más corta, dos años, por ejemplo (de 12 a 14 de edad), con menos horas de clase, menos asignaturas y menos contenidos. Primando las lenguas y las matemáticas. Al finalizar la ESO deben abrirse diferentes vías adaptadas a los intereses, habilidades y capacidades de los alumnos. Dos o tres vías, siendo una de ellas la FP y otra el bachillerato. Este último de cuatro años. Creo que esta es una medida imprescindible para combatir la desmotivación, aburrimiento y desánimo generalizado que se está dando en tercero y cuarto de ESO. Pese al barullo de remiendos, se trata de mantener artificialmente en la misma vía a alumnos con muy diversos e incompatibles intereses. Y esto es una de las mayores fuentes de conflictos y de fracasos.
Finalmente, la función de los orientadores debe redefinirse para evitar la deriva, que muchos están sufriendo, de considerarse a sí mismos como miembros del staff, y dedicarse a la detección temprana de dificultades de aprendizaje y a la propuesta de medidas aplicables para reconducirlas.
¡Ah! y proteger al profesorado de todo tipo de agresiones, humillaciones, desconsideraciones, desautorizaciones, etc., inmerecidas. Entre otras, la arbitraria e injusta acusación de que somos aficionados a castigar a los alumnos, especialmente a los pobres, obligándolos a la nefasta medida de repetir curso.

miércoles, 21 de junio de 2023

¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega.

 Aclaración tal vez necesaria para menores de 30 o 40 años:

Casablanca es una película de 1942 protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Durante la Segunda Guerra Mundial, Casablanca (Marruecos) está bajo la administración de la llamada Francia Libre o Régimen de Vichy, un régimen títere de la Alemania Nazi. En esa ciudad se reúnen franceses, alemanes nazis y todo tipo de maleantes. También refugiados que huyen de los nazis. En un momento, el capitán Louis Renault, (interpretado por Claude Reins), corrupto responsable policial  de Casablanca, bajo instrucciones de los alemanes, debe clausurar el garito regentado por Rick (Humprey Bogart). Lo hace soltando esa frase:

-¡Qué escándalo, qué escándalo! He descubierto que aquí se juega.

Inmediatamente, un empleado del garito le da sus ganancias del juego.

Aquí la escena.



Parece que media España está, al modo de Louis Renault, descubriendo que aquí se hinchan las notas, algo que todos sabemos que ocurre desde hace, por lo menos, cuarenta años. Estos días ha sido noticia recurrente en la prensa con motivo de las pruebas de selectividad. Incluso ha provocado la intervención del defensor del pueblo de Navarra.

Mi experiencia con la selectividad cubre desde el año 2002 hasta el 2018, pero mi experiencia docente comienza en 1979. Todos los años recibí mucha o muchísima presión para subir las notas respecto a las que yo consideraba adecuadas. Esa presión se sufre en las evaluaciones finales.

La primera presión que no pude resistir ocurrió en junio de 1981, en Monforte de Lemos. Se trataba de primero de FP1 de la rama de automoción. Había solo cuatro alumnos. Si yo les ponía las notas que creía que se merecían, el año siguiente no habría grupo de segundo de FP1, con la consiguiente pérdida de horas de docencia y, por tanto, de profesorado. Si me resistía al cambio, al menos dos profesores iban a perder su trabajo. Con 24 años, no me quedó otra que ceder. Dejo a la inteligencia del lector el preguntarse por qué había solo cuatro alumnos, por qué suspendían todos, qué me dijo el profesor que el siguiente año se los encontró en segundo y si realmente esos dos profesores perderían su trabajo o bien, sencillamente, trabajarían en otro sitio, digamos Lugo, Ourense o Chantada.

Pues bien, cosas así suceden siempre en todas partes. La única diferencia es que en algunos sitios sucede más que en otros y que unos profesores se resisten más que otros. Algunos no solo no se resisten sino que son entusiastas seguidores de la hinchazón y ejercen la presión sobre los demás.

Ahora, la prensa ha publicado un estudio elaborado por el Observatorio del Sistema Universitario, centrado en el bachillerato y selectividad que pone en evidencia lo que está ocurriendo. Veamos los gráficos crudos:


Este gráfico muestra como el porcentaje de sobresalientes en el bachillerato es mayor en la enseñanza privada no concertada (27,4%) que en la privada concertada (23,9%) y en esta que en la pública (17,9%). Conclusión provisional: la enseñanza privada no concertada "es mejor" que la concertada y esta que la pública. Pero resulta que en la prueba obtienen sobresaliente el 8,1 % de los alumnos de privada no concertada (una pérdida de 19,3 puntos), frente a un 5,4 % de los alumnos de la privada concertada (pérdida de 18,5 puntos) y a un 5,3 % de los alumnos de la pública (pérdida de 12,6 puntos). Así que había un notablemente mayor porcentaje de alumnos de la pública que se merecían ese sobresaliente en el bachillerato, mientras que en las privadas, la hinchazón era más evidente.




En este otro gráfico se ve cómo el porcentaje de sobresalientes que es de un 20,5% en el bachillerato, se queda en un 5,9 % en la prueba de selectividad. Es decir, las notas de selectividad se desploman respecto a las del bachillerato. Conclusión provisional: todos los centros hinchan las notas. Pero, dice el Observatorio:

"Poniendo la lupa en Cataluña, los estudiantes de centros concertados sacan casi el triple de sobresalientes en bachillerato que los de los institutos públicos, mientras las notas de bachillerato que más se asemejan a las de las PAU son las de los estudiantes de los centros públicos."

Lo que se dice a este respecto para Cataluña es similar para las demás comunidades. Brevemente: En los centros privados no concertados se hinchan más las notas que en los centros privados concertados y en estos más que en los públicos. Pero en todos se hinchan.  En los públicos también. Dentro de los públicos, en unos más que en otros. Y dentro de cada centro en particular, en unas asignaturas más que en otras, o bien, unos profesores más que otros. Y esto lo conocen las administraciones educativas desde siempre. 

¡Qué escándalo! He descubierto que las notas se hinchan. Esto es lo que dirán todos los consejeros, inspectores y directores generales de todas las autonomías. Podrían haberlo corregido si hubieran estudiado con calma los datos que ellos mismos producen y que, antes de la ley de protección de datos, publicaban para conocimiento del profesorado y del público en general.

Durante años, todos los profesores interesados podían conocer las estadísticas de resultados de bachillerato y selectividad de todos los centros de la comunidad autónoma. Se podía conocer con precisión quirúrgica, dónde y quién hinchaba más o menos. 

Evidentemente no tengo el dato de si alguna vez algún inspector intervino para intentar corregir esta situación, pero sí sé que nadie me contó nunca que se haya dado este caso. Y la enseñanza es una mesa camilla. El profesor que hubiera sufrido una inspección lo hubiera contado. De todos modos, dejemos margen para la duda. Lo que sí sé es que los casos en que los inspectores han intervenido en Galicia, casi siempre están relacionados con quejas por las notas bajas en alguna materia.

Cierto es que se han dado intervenciones relacionadas con otros asuntos: quejas del profesorado por dotaciones del centro, algún caso de disturbios, algún enfrentamiento entre profesores, pero la mayoría y los casos más sonados  han sido quejas de padres y alumnos contra algún profesor que no les ponía las notas que creían merecer. Algún caso he contado en este blog.

Mi propia experiencia: fui entrevistado personalmente por un inspector en tres ocasiones. Una para puntuar mi trabajo de cara a un concurso para obtener una licencia por estudios, otra para presionarme para que aceptara el nombramiento de director y una tercera después de una denuncia de un alumno al que había suspendido.

¿Por qué hinchan las notas los centros? Para tener mejor fama. La nota es, ha sido y, a este paso, será el único criterio tenido en cuenta por la mayoría de responsables políticos y de población en general como indicador de la calidad de la enseñanza. Los centros fomentan este error. Unos más que otros.

Lo centros privados no concertados buscan su alumnado entre las clases más favorecidas que pueden pagar elevadas cuotas. Tienen que ofrecer resultados excelentes a sus clientes, esto es, elevadas calificaciones. Los centros privados concertados incumplen impunemente la ley poniendo cuotas ilegales por actividades complementarias o por alguna otra triquiñuela. Así seleccionan su alumnado y lo premian con las notas. Algunos centros públicos tratan de seguir esa vía con la aquiescencia de la administración. A la cola quedan los institutos y colegios situados en barrios humildes en los que la cuota extra por un polinomio nuevecito no colaría.

El informe PISA lleva demostrando desde 2003 que la principal desigualdad en el sistema educativo es la procedencia económico-social del alumnado. La hinchazón de las notas no es más que un detalle que consolida esta desigualdad y que, por tanto, se ha terminado de cargar el llamado ascensor social en España.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Aprender algo útil

Esta es otra de las quejas típicas y tópicas respecto a la enseñanza: lo que se aprende en la escuela no sirve para nada, no es útil. Junto a lo del método memorístico y el abandono de las humanidades, forma, tal vez el núcleo del discurso de opinadores oportunistas y despistados. Luego están los profesores anticuados e injustos, la falta de medios de la escuela y la falta de motivación.

El conocido periodista Andrés Aberasturi repite con frecuencia que a él jamás le sirvieron para nada ni las raíces cuadradas ni las ecuaciones. He hablado de cierto profesor de piluquiría que consideraba una pérdida de tiempo útil el leer a Cervantes o a Cortázar. Habrá que convenir que ni una cosa ni otra le resultaron de utilidad profesional a los reponedores de supermercado que fueron considerados trabajadores esenciales durante el confinamiento de 2020. También habrá que convenir que para poner una inyección decentemente, no hace falta conocer las leyes de la dinámica, ni hacer análisis sintáctico, ni haber oído hablar de los Reyes Católicos, ni siquiera la etimología de la palabra inyección.

Entre mis compañeros de promoción de Químicas hay varios profesores de Física y Química de instituto. Probablemente una parte de lo que estudiamos nos ha resultado útil. Algunos se dedican a la investigación en el CSIC, pero casualmente, no en lo que fue su especialidad en la facultad. También hay empresarios, militares, trabajadores de correos y de telefónica, empleados de banca, profesores de Primaria, vendedores autónomos y amas de casa. Estos no aprendieron en la facultad nada útil para su profesión. 

¿Qué sería útil para todo el alumnado en la escuela? Antes de expresar mi opinión, he recorrido algunas webs que hacen sus propias propuestas y me he encontrado cosas curiosas:

Cierta web —tampoco quiero hacerle publicidad— propone técnicas de memorización, técnicas para mejorar la velocidad lectora —vamos bien— y estiramientos de hombro, muñeca y brazo. Pues, en realidad, sí que es algo que se puede aprender en la escuela.

Otra web propone: Encárgate de ser la primera o la última persona en ser entrevistada para un trabajo. O sea, las personas del medio no deben aprender esto. Otra: Si trabajas de cara al público, pon un espejo detrás tuya (sic). No diré que no es útil. Y otra: Come chicle cuando afrontes una situación en que pudieras ponerte nervioso, como hablar en público. Todos los maleducados que se presentan para dar una conferencia rumiando un chicle han debido leer esta web u otras similares.

Me parece a mí que no andan muy centrados en lo que es útil o no. 

Todas las leyes de educación desde la LOGSE han pretendido que lo que se aprende en la escuela sea útil. Aunque no se precisa bien qué es útil, sí se indica para qué debe ser útil: para ejercer o desarrollar una ciudadanía plena con criterio propio. La única ley que va un poco más allá es la LOMCE, la del PP, que sostiene que lo aprendido debe mejorar la empleabilidad.

Es curioso que los que defienden la utilidad de lo aprendido, en el sentido de utilidad práctica para la vida y el empleo, suelen ser los mismos que los que van soltando otro de los topicazos: la mayoría de los trabajos de dentro de veinte años, no existen hoy. Lo dicen como gran descubrimiento del momento sin saber que eso mismo se dice desde los años cincuenta. Pues digo yo, si no sabemos en qué trabajarán nuestros jóvenes dentro de veinte años, ¿cómo sabemos lo que les resultará útil para ese empleo?

Es que, además, aunque conociéramos cuáles van a ser los empleos, aún no sabríamos quién va a desempeñar cada uno de ellos. Plantear la educación en términos de utilidad práctica es inútil.

En el post anterior relaté cómo los alumnos de Magdalena acabaron amando la literatura mayoritariamente, como ella pretendía. Tengo dos preguntas: la primera, ¿amar la literatura es verdaderamente algo útil en el sentido de utilidad práctica que le dan los opinadores, es decir, permite arreglar un enchufe o preparar un par de kilos de cemento para reparar una pared o facilita sacar el carné de conducir autobuses?; la segunda, ¿dirán esos alumnos que  aprender literatura fue algo inútil?

Estas son mis respuestas: a la primera, no; a la segunda, tampoco. Aprender y amar la literatura tiene otro tipo de utilidad. Es útil para que uno se sienta un ser consciente, civilizado y, también, feliz. Tengo para mí que se confunde la dicotomía útil-inútil con interesante-aburrido o fácil-difícil. Lo que se recuerda como interesante, también se considera útil; mientras que aquello que nos pareció aburrido o difícil, también lo calificamos de inútil.

Creo que conviene dejarse de utilidad y pensar más bien en términos de qué aprendizajes permitirán que todos los ciudadanos, cuando alcancen la madurez necesaria, puedan desarrollar sus capacidades e intereses cívicos, sociales y profesionales. Dicho en otras palabras. Debemos precisar qué educación básica deben recibir nuestros niños y adolescentes e introducir gradualmente las cuestiones de utilidad práctica en una fase posterior: sobre todo en la Formación Profesional y la Universidad. No me cabe duda de que esa educación básica sería de extraordinaria utilidad.

El núcleo de la educación básica lo forman las Matemáticas y la Lengua. Y si un niño de diez años no lo considera útil o le parece que no responde a sus intereses —otro de los tópicos, enseñar lo que les interesa a los alumnos—, eso únicamente prueba que el niño es una persona aún sin formar.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Magdalena

Conocida familiarmente como Marilena, ha sido profesora de literatura durante décadas. Los últimos 25 años hasta su jubilación, en el Instituto A Sangriña de A Guarda. Allí, y en los anteriores destinos, logró transmitir el amor y la pasión por la lectura a generaciones de hijos de marineros, campesinos, mecánicos, carpinteros, etc. Algunos de ellos se convirtieron en escritores o profesores de literatura ellos mismos, lo que constituye el mejor premio que se puede otorgar a un docente.

Incorruptible, insobornable, solamente tenía dos herramientas de trabajo: los libros y la voz, propia o de sus alumnos. Su principal metodología consistía en leer y analizar, leer y desentrañar, leer y degustar, leer y pensar, leer y desear leer más. Nunca necesitó tecnologías, ni nuevas ni viejas. Ni siquiera necesitaba programación. Si tenía una era por obligación. El objetivo era enseñar a leer y a amar la literatura. Y a fe que lo consiguió.

Incorruptible, insobornable, chocó con compañeros de departamento y de claustro, direcciones, inspectores, asesores de formación, miembros del grupo de trabajo de la selectividad, directores generales y quien hiciera falta. Cada vez que tenía un conflicto, le enviaba a la otra parte una larga carta de muchos folios, manuscrita, por supuesto, en la que le daba lecciones de literatura. En alguna ocasión, logré convencerla de que enviara su queja o su petición hablando exclusivamente del problema, sin acusaciones e insinuando soluciones. No le fue mal.

Incorruptible, insobornable, incorregible, nunca hizo cursillos de formación. Sentía pánico a la carretera, eso le impedía trasladarse a Vigo. La oferta en A Guarda era muy escasa, y, además, ella daba clase frecuentemente por la tarde, en el mismo horario en que se impartían los cursillos. Para colmo, solo admitía anotarse a aquel cursillo que le pudiera aportar algo que no supiera de literatura o de cómo enseñarla. Imposible. Por consejo mío se anotó a un curso "a distancia", no online, eso no existía entonces. Los materiales se recibían y se enviaban por correo postal. Recibió los materiales magnífica y coloridamente impresos. Estaban pensados para todo un trimestre y ella se los despachó en un par de horas. Al  terminar redactó una carta, manuscrita, por supuesto, de docenas de folios con un minucioso análisis de todas las erratas, banalidades, incongruencias, inconsistencias, fallos de bulto contenidos en esos materiales y de las impertinencias de las tareas propuestas. Un volumen de trabajo varias veces superior al previsto por el curso. No sé si estaba en lo cierto. Luego supe que el coordinador del curso era uno de los personajes más recurrente en estos artículos míos, así que lo más probable es que sí, que estuviera en lo cierto. Nunca más hizo ningún cursillo, renunciando al complemento salarial asociado, que, al cabo de 30 años representaba un buen dinero.

He dicho que chocó con compañeros, directivas, inspectores y demás. Con muchos, no con todos. Sin embargo, la inmensa mayoría de sus alumnos, no es que la admiraran, la adoraban. E igualmente los padres. Pero también el pescadero, el carnicero, el panadero. Prácticamente todos en A Guarda y O Rosal, pues a su pasión por la literatura se unía otra pasión para la que estaba extraordinariamente dotada: la cocina. Sus cocidos, sus merluzas a la gallega, su bacalao al pilpil eran fuera de serie. Esos platos eran el preludio de una larga tertulia literaria en la que desplegaba sin ataduras su inagotable sabiduría, mientras yo, ruborizado, debía confesar que no, que esta vez tampoco pude con el Ulises.

Traigo a Magdalena aquí por tres razones: Porque en una sola frase que repetía con cierta frecuencia, sintetizó lo que a mí me cuesta largas argumentaciones: "Lo auténticamente revolucionario hoy es enseñar a leer y a leer críticamente". Porque el 9 de septiembre, siguiendo a su admirado Juan Ramón Jiménez, encendiéndose como una bella mariposa cada vez que atravesaba un rayo de luz, pasó a ocupar su lugar, tal vez al lado de su madre, también profesora de literatura, para conversar con Borges, Cortázar, Galdós, el propio JRJ y tantos otros. Y, finalmente, porque es mi hermana.


martes, 10 de agosto de 2021

Llámame Susi

Lo comentábamos hace pocos días unos amigos profesores de la misma generación. Esto, la mayoría de nosotros, lo llevamos mal. Desde luego, yo lo llevé mal. Me costó mucho adaptarme a las costumbres cambiantes y no lo conseguí del todo.

Cuando éramos estudiantes de Secundaria los profesores nos llamaban por el apellido. Entre nosotros mismos nos llamábamos por el apellido, salvo casos excepcionales de hermanos, primos o amistades anteriores al colegio. Mis compañeros de clase durante mis años de colegio eran Barreiro, Carpio, Cobián, Toucedo, París, Mintegui, Trabazos, Represas, Matamoros, Fraga, Contreras, Yoldi, Grossi, etc. Nos sentábamos por orden alfabético. Mi compañero de pupitre durante años fue García. Solo después de tres o cuatro años, supe que se llamaba Manuel, pero seguí llamándole García.

En la facultad comenzaron a cambiar las cosas. Estaban Salvador, Félix, Javier, Alberto, Lola, Rita, Mari Carmen, Miguel o Manolo, pero también Arzúa, Arroyo, Correa, Dopazo, Ramallo, Cebreiros o Cid. Los profesores seguían llamándonos mayoritariamente por el apellido, a veces precedido de señor o señorita.

En ningún caso se nos generaba un problema de identidad ni de sensación de menosprecio ni nada parecido.

Así que, al empezar a ejercer como profesor, para mí y para muchos compañeros, lo natural era el apellido. Desde luego al pasar lista, pero también al dirigirnos personalmente a algún alumno. Pérez, sal al encerado. Álvarez, ¿cuál es la respuesta? Cada alumno estaba perfectamente identificado. Si había dos Pérez, uno era Pérez Fernández y otro Pérez Suárez y arreglado.

Poco a poco, muchos profesores empezaron a adoptar la costumbre de utilizar el nombre propio. Creo que en Primaria ya estaba totalmente extendido en aquellos años ochenta. Sostenían los partidarios del nombre propio, que eso facilitaba la comunicación entre profesor y alumno al mostrar aquel más cercanía. Sin poder discutir del todo el argumento, algunos no nos sentíamos cómodos con esa cercanía. Nos parecía que un exceso de confianza o familiaridad, podía ser un elemento potencialmente conflictivo. Del mismo modo que, decíamos, un padre no es un amigo de su hijo, sino, precisamente, eso: un padre. Es más ser padre que amigo. Es mejor ser padre que amigo. Es distinto ser padre que amigo. Pues como profesor, igual. Por otro lado, sentíamos una especie de pudor al llamar a Daniel o Verónica.

Aún no lográbamos acostumbrarnos a este uso, cuando entraron en escena los diminutivos o hipocorísticos, Dani, Vero, Quique o la Susi del título, que se llamaba Jesusa. Aún comprendiendo la incomodidad de una chica jovencita con un nombre tan serio como Jesusa, decidimos que a eso no llegábamos. Daniel, Verónica, Enrique y Jesusa y punto pelota. Y si te parece muy mal lo de Jesusa, volvemos al apellido. Pero los tiempos nos superaron. Pronto fuimos una exigua minoría que, además, como estábamos haciéndonos mayores, éramos sospechosos de anticuados y conservadores. Pero mantuvimos el pabellón en alto.

Como consecuencia de esta costumbre, muchos alumnos comenzaron a entregar sus exámenes o trabajos poniendo solo el hipocorístico. Así, recibías un examen encabezado por un Rodri o una Vane, sin apellidos. Rodri y Vane estaban tan convencidos de su propia importancia y singularidad que no entendían las razones que les dábamos para que pusieran Rodrigo Pérez López en la casilla correspondiente al nombre. "Yo soy Rodri", decía. A muchos profesores, incluida Susi, que por azares del destino se convirtió en colega mía, les parecía bien.

El colmo llegó en mis últimos años cuando proliferó una nueva tendencia. Creo que es una costumbre importada de Brasil. Algunos alumnos decidieron adoptar nombres distintos de los suyos. Pongamos a José Manuel López Fernández, pues quiere que le llamemos Yago, porque le gusta ese nombre. Esto me generó algunas dificultades cuando la tutora me pedía información acerca de Yago y yo observaba, perplejo, que no tenía ningún Yago en la lista. En mi trabajo como tutor, yo siempre pedía información a mis compañeros suministrando nombre y apellidos del interesado. Debí de quedar de rancio y carca perdido.

No os aburriré con las conclusiones. Solo brevemente: un exceso de protagonismo y egocentrismo genera déspotas. El objeto de la enseñanza es el alumnado, pero eso no exige que cada uno se crea el centro del universo. Una pequeña distancia y que el alumno comprenda que es uno más, tan importante como todos, pero no más que los otros, es una sana lección de humildad. Nuestros jóvenes necesitan esa lección.

jueves, 15 de abril de 2021

Déjà vu

El día de la marmota.

Supongo que la mayoría de los que leéis estos artículos estáis familiarizados con la obra o con las ideas de Noam Chomsky respecto a la propaganda. No importa qué es lo que ocurra en la realidad, los auténticos poderes mundiales siempre acaban imponiendo su visión gracias a su extraordinario aparato de propaganda. Así, Sadam Hussein puede pasar en pocos meses de ser nuestro amigo más fiel en una zona comprometida, a encarnar la quintaesencia del mal.

Acabamos de asistir a la campaña de los poderes económicos, políticos y sociales de la derecha española, incluyendo a la jerarquía de la iglesia católica contra la ley Celaá. Ataca al castellano, a la religión, a la enseñanza privada y a la educación especial, dicen. No importa que estas acusaciones no se sostengan. La cuestión es que han calado entre sus seguidores que repiten como papagayos esos eslóganes.

Pues bien, ahora es el turno del aparato de propaganda del PSOE y sus aliados económicos y mediáticos. Pese a que estos aliados son menos poderosos que los de la derecha, inasequibles al desaliento, hacen lo que pueden con gran entusiasmo. A base de repetir una y otra vez lo mismo, pretenden conseguir que creamos que, hasta el advenimiento de Celaá, todo era pura memoria en la enseñanza.

La nueva ley de educación corrige, dicen, el carácter memorístico y enciclopédico de la ley anterior. Nadie en la izquierda es favorable al aprendizaje memorístico, así que la propaganda triunfa. La ley Wert (la LOMCE) fomentaba ese tipo de aprendizaje anticuado y la nueva ley viene a corregir este error introduciendo un aprendizaje significativo y basado en las competencias.

Es decir, lo mismo que dijeron los promotores de la LOGSE en 1990, los de la fallida LOCE en 2002, la LOE en 2006 y la semifallida LOMCE en 2013. Y lo mismo que dicen a diario presuntos conocedores de la enseñanza en la prensa desde 1975. Cada uno de estos pedagogos, o lo que sean, debe pensar que, hasta que llegó él, nadie había denunciado el aprendizaje memorístico. Sería cómico sino fuera patético.

Ya he hablado varias veces de la confusión argumental acerca de la memoria. Una cosa es que un método de estudio sea memorístico o no, y otra cosa es que para aprender hay que fijar en la memoria. Ahora vamos a ver si es cierto que la ley Wert fuera memorística y enciclopédica. 

Se puede criticar esa ley por aumentar la importancia de la asignatura de religión, por permitir conciertos con centros privados que segregan por sexos, por exigir una minuciosidad al profesorado en sus programaciones didácticas desesperante, pero no por fomentar un aprendizaje memorístico o enciclopédico. De hecho, la ley Wert se basa en las mismas recomendaciones pedagógicas que la anterior LOE y que la posterior LOMLOE, las recomendaciones de la UNESCO, de la OCDE y de la UE: el aprendizaje basado en competencias. 

Diario El País,23 de marzo de 2021:

"El Gobierno planea un vuelco para que el aprendizaje en la escuela sea menos memorístico"

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"Los dos primeros documentos de ese cambio, a los que ha tenido acceso EL PAÍS, suponen la sustitución del sistema enciclopédico, consistente en largos listados de hechos y conceptos, que los alumnos debían poder repetir, implantado tras la ley Wert, por otro en el que los alumnos aprendan a aplicar los conocimientos, lo que se conoce por modelo competencial, que es el defendido por instituciones internacionales como la UE y la OCDE y el que han implantado en los últimos años Portugal, Finlandia, Quebec, Gales y Escocia."

Titular de El Economista.es el 24 de marzo:

"El gobierno deja a un lado el aprendizaje memorístico de la ley Wert"

Esto es falso e injusto. De hecho, la ley Wert introduce el aprendizaje por competencias de modo mucho más completo, sólido y consistente que la anterior LOE. Y ello no por mérito del PP sino porque, sencillamente, ese modelo estaba mucho mejor definido en 2013 que en 2006.

Podéis leer la introducción de la LOMCE, pero he aquí algunos párrafos:

"Las habilidades cognitivas, siendo imprescindibles, no son suficientes; es necesario adquirir desde edades tempranas competencias transversales, como el pensamiento crítico, la gestión de la diversidad, la creatividad o la capacidad de comunicar, y actitudes clave como la confianza individual, el entusiasmo, la constancia y la aceptación del cambio. La educación inicial es cada vez más determinante por cuanto hoy en día el proceso de aprendizaje no se termina en el sistema educativo, sino que se proyecta a lo largo de toda la vida de la persona."

"La principal amenaza a la que en sostenibilidad se enfrentan las sociedades desarrolladas es la fractura del conocimiento, esto es, la fractura entre los que disponen de los conocimientos, competencias y habilidades para aprender y hacer, y hacer aprendiendo, y los que quedan excluidos."

"Las pruebas serán homologables a las que se realizan en el ámbito internacional y, en especial, a las de la OCDE y se centran en el nivel de adquisición de las competencias."

Pero es que, además, el desarrollo de la ley Wert incluía toda una Orden ECD/65/2015, de 21 de enero, por la que se describen las relaciones entre las competencias, los contenidos y los criterios de evaluación de la Educación Primaria, la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato. No había nada parecido en el desarrollo de la LOE. Esta orden dice en su preámbulo:

"La Recomendación 2006/962/EC, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 18 de diciembre de 2006, sobre las competencias clave para el aprendizaje permanente, insta a los Estados miembros a desarrollar la oferta de competencias clave."

Sencillamente, cuando se promulgó la LOE, mayo de 2006, esta recomendación no existía. Aquí tenéis un enlace a esa orden. Podéis leer especialmente los artículos 4 y 5.

Claro que podría ser que estas leyes promovieran el aprendizaje de competencias en sus preámbulos y que luego se olvidaran de ellas en sus articulados, pero eso no pasaba. Para no eternizarme, veamos, por ejemplo, cómo se presentan algunos contenidos de Física y Química en el currículo propuesto por el ministerio entonces.

Las leyes de los gases forman parte de los contenidos de 3º de la ESO desde la LOE. En el desarrollo de la LOMCE, se presentan los contenidos agrupados por bloques. Para los contenidos se definen diversos criterios de evaluación, y para cada criterio de evaluación, uno o más "estándares de aprendizaje evaluables", que concretan lo que los alumnos deben saber o deben saber hacer. Bien, uno de los estándares relacionados con las leyes de los gases es el siguiente:

"[El alumnado] Interpreta gráficas, tablas de resultados y experiencias que relacionan la presión, el volumen y la temperatura de un gas utilizando el modelo cinético-molecular y las leyes de los gases."

Que, obviamente, obliga a una metodología activa y no memorística. Y el ejemplo es perfectamente representativo.

Lo que nos traía de cabeza a los profesores era lo minucioso o exhaustivo de esos estándares. Además del antipático nombre, para cada estándar, a continuación teníamos que definir uno o varios indicadores de logro, con sus correspondientes criterios de calificación, por no mencionar que, previamente, deberíamos haber definido los instrumentos de evaluación. Un auténtico horror.

Pero la propaganda socialista tiene más eslóganes. Ahora se va a diferenciar entre enseñanza básica y la que no es básica. Yo voto a favor. Pero es que la ley Wert ya lo hacía. Diferenciaba entre materias troncales y materias específicas. El intento era loable pero, como siempre, topó con los intereses corporativos de los profesores de las asignaturas consideradas no troncales. Probablemente ese profesorado está a favor del aprendizaje no memorístico, pero ¡que no le toquen las troncalidades! Yo estoy convencido de que se pueden enseñar las leyes de los gases de forma significativa, pero también estoy dispuesto a admitir que no es un aprendizaje básico imprescindible para el desarrollo integral del individuo.

El último eslogan del PSOE es que, a diferencia de lo que hacía la ley anterior, ahora van a permitir a los centros que completen el currículo, reforzando su autonomía. Baste transcribir el artículo 6 bis, apartado d, que la LOMCE introdujo en la LOE:

d) Dentro de la regulación y límites establecidos por las Administraciones educativas de acuerdo con los apartados anteriores, y en función de la programación de la oferta educativa que establezca cada Administración educativa, los centros docentes podrán: 

1.º Complementar los contenidos de los bloques de asignaturas troncales, específicas y de libre configuración autonómica y configurar su oferta formativa. 

2.º Diseñar e implantar métodos pedagógicos y didácticos propios. 

3.º Determinar la carga horaria correspondiente a las diferentes asignaturas.

Os aseguro que es mucha más autonomía que la que los centros desean. Y si has tenido la oportunidad de trabajar en un centro gobernado por un director, o directora, de perfil Anacleto, lo de métodos pedagógicos y didácticos propios, te parecerá un chiste.

Puede que Celaá esté a punto de descubrir el aprendizaje por proyectos o el flipped classroom o las mesas de la clase en forma de U. 

Lo mínimo que se podría pedir tanto a la izquierda como a la derecha es que no nos tomen por tontos.

(PD: en abril los datos de uso de mascarilla vuelven a parecerse a los anteriores a febrero. 86 % de mascarillas bien colocadas. Las bufandas y las narices fuera gozan de extraordinaria salud. O sea, los brotes verdes fueron un espejismo.)

lunes, 15 de febrero de 2021

Una nueva esperanza

Veo brotes verdes. Hay indicios de mejora, tanto en el asunto de las mascarillas tratado en el artículo anterior, como en la metodología de la enseñanza. No tiene nada que ver una cosa con la otra, salvo por el hecho de que yo aprecio en ambas esos brotes. Aún son muy tiernos, pero hoy me siento optimista.

Respecto a las mascarillas: terminé de escribir ese artículo el 25 de enero, pero lo retuve hasta el uno de febrero por si se me ocurría algo más. El día 24 dejé de contar mascarillas porque estaba bastante saturado. Pero pasados unos días, recuperé la manía. El 12 de febrero, después de cinco días contando, he acumulado un total de 2998 personas. Entre octubre y enero, los números podían variar significativamente de un día para otro, pero acumulando los resultados cada cuatro o cinco días, las variaciones solían ser suaves. Así, el porcentaje de mascarillas bien puestas se mantuvo muy constantemente en torno al 85%. Un día particular podía subir o bajar tres o cuatro puntos, pero ese dato tendía a estabilizarse enseguida en torno a ese 85% al agregar los datos semanales, por ejemplo. Así que cinco días empiezan a ser significativos.

Pues bien, en estos cinco días, el porcentaje de mascarillas bien puestas ha subido a un 93%. ¡Bravo! Estamos mucho más cerca. Se ha mantenido el porcentaje de bufandas y ha bajado el porcentaje de personas que no la llevan o la llevan en el codo. Pero, sobre todo, se ha desplomado el porcentaje de narices fuera, desde aquel casi 11% a algo menos del 3%. Son solo cinco días, pero la variación es tan grande que espero que se consolide. Como siempre, no creo que exista una única explicación, más bien han de coincidir varias causas. Propongo tres:

Una, que llegada una tercera ola con más contagios que las otras dos, y casi tantos muertos diarios como en la primera, más gente se haya acabado de enterar o de concienciar. Dos, que al aconsejar utilizar la mascarilla FFP2 se haya conseguido un típico efecto moda. Mucha gente usa esa mascarilla, no por motivos sanitarios, sino por moda. Con esa mascarilla es más difícil dejar la nariz fuera. Y tres, un porcentaje no despreciable de los narices fuera están ahora en los hospitales.

En cuanto a la metodología educativa, antes me iré un poco por las ramas. 

El insulto, el mote, la etiqueta, el eslogan, el lugar común, etc. sustituyen a los argumentos y a los  razonamientos. Esto da seguridad a las personas de pensamiento débil. Permite identificar a los propios y aleja a los extraños. Es el modo natural de comunicarse ─¿comunicarse?─ en Twitter, pero también es frecuente fuera de las redes. Es un modo de comunicarse que triunfa entre las generaciones de la ESO, pero también se extiende entre las anteriores. Así, dices que algo ha pasado en Radio Televisión Espantosa y ya no tienes que argumentar cuáles son los defectos de esa emisora, "ya sabemos todos que...". Es lo que pasa al llamar El coletas a Pablo Iglesias o Pedrito a Pedro Sánchez. «El coletas da una paguita a sus amigos para que no trabajen». Ya no hay nada que se pueda discutir. «Zapatitos (Zapatero) se apoyó en ETA». Los propios estarán de acuerdo y los demás no tienen opción siquiera de buscar una fisura argumentativa por donde entrar. 

El mismo diario digital ─El Español, dirigido por Pedro J.Ramírez─, titulaba el 24 de abril de 2020 «Clamor para que Sánchez delegue la desescalada en comunidades autónomas, municipios y empresas», mientras que el 14 de agosto decía, «Clamor para que Sánchez retome el mando único en la pandemia y acabe con el caos autonómico». Está claro que el clamor solo existía entre sus lectores más incondicionales.


El expresidente asturiano Vicente Ávarez Areces era el gordo fartón, y Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, también expresidente de Asturias era el asomao que, al menos, tiene gracia. Estoy tratando de recordar motes para zaherir u ofender a políticos de derechas, pero ahora no me salen. Bueno, sí. La lideresa, Esperanza Aguirre, pero eso es casi laudatorio.

Como sabéis, la ley Celaá se ha combatido a base de eslóganes: es la octava ley de educación de la democracia, no tiene apoyo parlamentario, ataca el castellano, a la enseñanza privada y a la educación especial. Ninguno se sostiene, como he tratado de argumentar con cinco artículos. Pero, quizá, el lugar común más recurrente entre quienes hablan de educación es lo del método memorístico. Sufrimos, dicen los aficionados a este tópico, un sistema de enseñanza anclado en el pasado del que no acabamos de desterrar la memoria. Ya he expresado mi opinión repetidas veces. Pretender eliminar el uso de la memoria de la educación sería como pretender eliminar el terreno de juego del fútbol o del balonmano.

El último apóstol antimemoria, cuyo nombre no llegué a oír, dijo en una entrevista radiofónica que los países que mejores resultados alcanzan en la evaluación PISA son los que han sustituido los métodos memorísticos por métodos imaginativos. Esto es directamente falso. Se puede criticar la metodología china o coreana, pero desde luego no se les puede acusar de haber abandonado la memoria ni el conocimiento poderoso.

Los brotes verdes. 

Uno. Voy a clase de Inglés en la Escuela Oficial de Idiomas de Vigo. La enseñanza de las lenguas extranjeras es de las que más ha modernizado su metodología. El aburrido método repetitivo de hace 40 o 50 años se ha transformado en una metodología activa y participativa. Pero las actividades que se desarrollan se repiten varias veces para que los objetivos de aprendizaje queden fijados en la memoria. Mi profesor de Inglés es muy bueno. Didáctico, entusiasta, ameno, atento a detectar las dificultades, muy trabajador y de mediana edad. Después de varias actividades dedicadas a aprender ciertas expresiones necesarias para poder contar las rutinas diarias, dijo que debíamos aprender esas expresiones de memoria. Yo entendí, o quise entender, que se refería a que aquellas expresiones debían quedar fijadas en la memoria para poder utilizarlas de forma automatizada: get up, have a shower, have breakfast, leave home, go shopping... Sin embargo, una compañera, mujer sensata e inteligente, madre de dos alumnas de la ESO, se sintió descolocada. «¿De memoria? ¡Horror!». Las explicaciones del profesor fueron un tanto embarulladas. Pero yo supe que ahí había un profesional de la enseñanza inteligente. La batalla no está perdida.

Dos. Entre los días 15 y 18 de febrero de 2021 se celebra el V Congreso Internacional de Comprensión Lectora Infantil y Primaria, organizado por la asociación Leobien en la que colabora la editorial Edebé. Como señalan las evaluaciones internacionales y el profesor Luri, entre otros, ese es el auténtico problema de nuestro sistema. La comprensión lectora es imprescindible como puerta de entrada a todos los saberes y habilidades. Una de la responsables de ese congreso, Mª Jesús Palop Sancho, dice: «Para mejorar la comprensión lectora hay que trabajar en tres aspectos: la atención, la memoria y la inferencia».

No tengo más que añadir.

P.D. Entre los 2998, uno se tapaba la nariz dejando la boca al aire. Es mi héroe.

lunes, 1 de febrero de 2021

Un país del 85%

Entre mis diversas manías se encuentra la de contarlo todo. Cuento los coches en el aparcamiento, las butacas en un cine o los perros en el parque; cosas así. La costumbre comenzó cuando jugaba con mis hermanos. Uno contaba coches negros, otro blancos, rojos, etc. El que contase más, ganaba. Ahora cuento gente con mascarilla por la calle. Comencé en octubre y sigo. Gente que la lleva bien y que no la lleva o la lleva mal: de bufanda o con la nariz al aire. Llevarla en el codo cuenta como no llevarla. No cuento los que están en las terrazas de los bares porque eso es territorio "libre de la jurisdicción". Lo hago casi todos los días que voy andando por la calle y me acuerdo. He tenido la ocasión de hacerlo en casi todos los barrios de Vigo, al menos los de la zona urbana. El total acumulado pasa de 40 000 personas. Muchas estarán repetidas, claro, pero no puedo saber el número con certeza.

Bien, el porcentaje de personas que llevan la mascarilla de forma correcta está en torno al 85%. Ha habido una leve tendencia a disminuir este número desde octubre, pero no más del 1 o 2%. Es decir, era de casi el 86% en octubre y es del 84 y poco ahora. La variación no es significativa, pero es significativo el hecho de que, pese al agravamiento de la pandemia, el porcentaje no mejora sino que empeora. En cuanto al 15% restante, incluye a los que no la llevan, a los que la llevan en el cuello y a los que solo se tapan la boca y no la nariz. Lo curioso es el crecimiento de estos últimos, los de la nariz fuera. Eran alrededor del 7% en octubre y son más del 11% ahora. Este hecho me deja confuso. Entiendo que no llevarla puede ser una actitud de rebeldía o de desconfianza o incluso de gamberrismo social. Se puede pensar que, pese a lo que dicen los expertos, en la calle no hace falta llevarla. De hecho hay varios países en los que no es obligatoria. Pero ya que la llevas, dejar la nariz al aire es un sí pero no que me descoloca. Y el porcentaje aumenta de forma suave pero continua.

La mayoría de las personas con las que he comentado estos números coinciden en el análisis: el 85% está muy bien, es un extraordinario porcentaje de seguimiento y más tratándose de España ─date con un canto en los dientes, dicen─. Yo creo que eso es un error y un problema general en el país. Un 85% de cumplimiento de una norma elemental de protección sanitaria no es satisfactorio. Solo puede ser aceptable provisionalmente mientras nos planteamos como llegar al 90% y luego al 95% y luego al 98% y luego... Puede que sea imposible, pero ni las autoridades ni la sociedad lo podemos aceptar pasivamente. Sucede así en todos los ámbitos, también en la enseñanza. No necesariamente un 85%, pero es un buen número para ilustrar lo que pasa. No se analizan los problemas. Santificamos las cifras. Si algo se cumple al 85%, decidimos que lo hacemos razonablemente bien y a olvidarse.

Un 85% de los conductores respetan los pasos de peatones, otro 85% no usan el móvil conduciendo. El 85% de los dueños de perros peligrosos son civilizados. El 85% paga sus impuestos. El 85% de la población creímos que el rey Juan Carlos fue honrado durante el 85% de su reinado. Un 85% de ese 85% lo sigue creyendo. El 85% de los hosteleros tienen a sus trabajadores dados de alta en la seguridad social y les pagan por el 85% de las horas que trabajan. El 85% de los políticos no se corrompen. Y todo así. Nunca se toman medidas para remediar el problema que está detrás de esos datos, solo se toman medidas para corregir la estadística. La frase preferida de los políticos es: en tal asunto hemos alcanzado el 86% de cumplimiento, lo cual representa un aumento de un uno por ciento sobre igual período del año anterior.

Fijémonos en las cifras del paro. España siempre fue el país con más paro de la Unión Europea o, al menos, uno de los que más paro sufren. Las políticas de empleo nunca han conseguido aumentar la cantidad de empleo total, siempre han consistido en cambiar la forma de contar los parados o en repartir un solo empleo decente entre muchos trabajadores. Todos tendrán un salario miserable, pero las cifras mejoran y diremos "España va bien". Otra estrategia puede ser la de ofrecerle a un licenciado universitario con un doctorado o un máster, un empleo de camarero en una boda a 200 km de su casa con un contrato de cuatro horas, pero que deberá trabajar doce, corriendo el transporte a su cargo. Si lo rechaza, "no busca trabajo activamente" y se le borra de las listas del paro. Uno menos. Si el paro baja del 10% y, por tanto, el empleo sube del 90%, problema arreglado.

Cosas parecidas pasan en la enseñanza.

Las puntuaciones de España en el informe PISA suelen estar entre el 80 y el 90% de la media de la OCDE. Cuando nos acercamos al 90% todo va bien, porque hemos mejorado. Pero nadie se pregunta por qué no rendimos como un país rico, desarrollado y del primer mundo. Nos conformamos con hacerlo mejor que Méjico, Marruecos o Bulgaria. Y tanto PISA como las demás evaluaciones internacionales ─PIRLS, TIMSS, TALIS, PIAAC, ICCS─  nos están diciendo una y otra vez que el nivel de comprensión lectora de nuestros escolares y de buena parte de la población adulta, incluso universitaria, es deplorable. Y el nivel de expresión otro tanto. Ya corre como la pólvora el último hallazgo de la estupidez: no hacer la contracción "del", ahora periodistas  y políticos dicen "de el". "El día de Año Nuevo es el primer día de el año". "Pedro Sánchez es el presidente de el gobierno".

En algunos cursos, menos del 85% de los alumnos promocionan de nivel. Arreglamos eso prohibiendo repetir por ley, al menos entre ciertos cursos o en ciertas circunstancias. Mejoramos el indicador. Que los alumnos implicados estén formados o sepan algo es irrelevante. En otros casos, el criterio para pasar de curso es que solo tengan suspensas dos asignaturas. Cambiamos el criterio a tres asignaturas y las cifras mejoran. ¿Están mejor preparados ahora?

Si un profesor tiene un porcentaje de aprobados menor del 85% se arriesga a un expediente. Si su porcentaje es mayor tendrá la felicitación de autoridades y padres, sin importar que sus alumnos no hayan aprendido nada.

Las distintas pruebas de selectividad desde los años noventa son un gran éxito. Siempre han aprobado esa prueba más del 90%, en junio. Todo va bien. Entonces, ¿por qué los profesores universitarios se vienen quejando sistemáticamente de que los alumnos cada vez llegan peor preparados? 

En resumen, las cifras no deberían ser el objetivo de las políticas, deberían ser la consecuencia. Ninguna cifra es satisfactoria mientras se pueda hacer algo para afrontar el problema que subyace a esa cifra.

No digo que sea fácil, digo que no lo podemos considerar satisfactorio. Seré ingenuo o seré germánico, pero yo no quiero conformarme. Como decía Julia Roberts, "quiero el cuento de hadas completo". 


lunes, 4 de enero de 2021

Epílogo

Finalmente, se confirmaron las previsiones y el miércoles 23 de diciembre se aprobó definitivamente la LOMLOE o ley Celaá tras votación en el Senado. El 29 de diciembre se publicó en el BOE y entrará en vigor a los veinte días de su publicación, si bien se prevé un período de dos años para que se apliquen todas las modificaciones curriculares.

La votación en el Senado dio una mayoría de 142 votos a favor, 112 en contra y 9 abstenciones. Votaron en contra PP, Ciudadanos y Vox. Es significativo el hecho de que las enmiendas presentadas por estos tres partidos fueron rechazadas por 151 votos en contra. Aún así, la prensa de la derecha insiste en que se trata de la ley con menos consenso de la democracia. Esto es falso. La LOMCE de 2013 fue votada a favor solo por el PP. Se abstuvieron los partidos satélites UPN y Foro Asturias y votaron en contra todos los demás. En 2016 se votó la paralización de esa misma ley con el voto en contra del PP y Foro, exclusivamente.

También insiste la prensa en lo de la octava ley de educación de la democracia, si bien algunos medios, como el ABC, tienen el buen sentido de sustituir ahora la LGE de 1970 por la LOPEG, Ley Orgánica de participación, evaluación y gobierno de los centros educativos, de 1995. De nuevo, no se trata de una ley general de educación, sino de una ley que viene a desarrollar y completar la LOGSE (1990) en aspectos no bien regulados en esta. De hecho, no necesita derogar más que dos párrafos del artículo 61 de la LOGSE. Lo dicho, leyes educativas ha habido muchas, leyes generales del sistema educativo solo dos: la LOGSE, de 1990 y la LOE, de 2006. Esta última tuvo una reforma, la LOMCE, promovida solo por el PP, que ahora se elimina y se sustituye por otra reforma, la LOMLOE, promovida por todos menos el PP y sus aliados de la derecha. Y si hablamos de leyes que supusieran una auténtica revolución en la enseñanza, únicamente ha habido una, la LOGSE. 

Obstinados en que la realidad no les estropee un buen titular, la prensa cavernaria titula cosas como esta:

«Es la ley que ataca a la concertada, elimina el castellano como lengua vehicular de la enseñanza y oficial del Estado, que desprecia el mérito y facilita la promoción, y pretende eliminar los centros de educación especial» (ABC, 24 de diciembre)


Ya he hablado de estas cosas. Pero fijaos en el hábil «y». Elimina el castellano como lengua vehicular de la enseñanza y oficial del Estado. ¡Pedro Sánchez, abducido por los comunistas, los terroristas y los que quieren romper España, acaba de eliminar el carácter del castellano como lengua oficial de España! ¡Toma ya! Quiere que hablemos todos catalán. Verdaderamente es el peor gobierno de los últimos 80 años. Yo aún diría más, el peor gobierno desde la bienaventurada llegada de Felipe V, el primer Borbón, en 1700.

Sin embargo, me ha sorprendido no encontrar medios de comunicación ni opinadores por libre que hayan hablado del fracaso contrastado de la ESO, del aviso reiterado que supone PISA y otras evaluaciones internacionales respecto a la mediocridad del sistema español. Del absurdo empacho de asignaturas y contenidos. De cómo la pandemia ha mostrado esto con más claridad si cabe: la necesidad de recortar materias y contenidos. ─Si esto no se hace es por miedo a la respuesta corporativa de los profesionales afectados por el recorte─. De la necesidad de reducir el número de alumnos por aula. De la necesidad de reflexionar sin condicionantes políticos sobre qué es educación básica. De la procedencia de ofrecer vías educativa alternativas antes de los dieciséis años. De entender que la FP podrá, si se lo propone, formar a un excelente profesional de, por ejemplo, la electrónica con las capacidades necesarias para adaptarse a los futuros avances de esta técnica, si domina la base de la misma. Pero que no puede seguir al mercado o a la industria en el último producto tecnológico, porque, al terminar la formación del alumno, ese último producto estará más que anticuado. De la inspección para que no vuelvan a pasar cosas como esta. De la función directiva, a ver si se impide la proliferación de Anacletos. De la evaluación del profesorado y de cómo esta no debería ser un concurso de popularidad. Y de cuáles son las auténticas razones del fracaso escolar y la forma de corregirlo sin quedarse en la mera corrección de la estadística.

Todo esto no importa, lo que importa es hacer ver que nadie se rinde al enemigo. Y en esto, pero solo en esto, son tan culpables el PSOE como el PP.

lunes, 14 de diciembre de 2020

La ley Celaá (y 4)

Para mí, sobre todo, la ley Celaá es otra oportunidad perdida. Ya veremos por qué. Antes analicemos los asuntos que han llenado las páginas de los periódicos, especialmente la prensa afín al PP y a VOX.

Primero: ataque al castellano. Se cambia la redacción de la disposición adicional trigésima octava de la LOMCE que otorgaba carácter vehicular al castellano y se sustituye por esta redacción:

«1. Las Administraciones educativas garantizarán el derecho de los alumnos y las alumnas a recibir enseñanzas en castellano y en las demás lenguas cooficiales en sus respectivos territorios, de conformidad con la Constitución Española, los Estatutos de Autonomía y la normativa aplicable. 2. Al finalizar la educación básica, todos los alumnos y alumnas deberán alcanzar el dominio pleno y equivalente en la lengua castellana y, en su caso, en la lengua cooficial correspondiente».

A mí no me parece que se ataque al castellano. Tengamos en cuenta que en la redacción anterior se consideraba vehicular no solo el castellano, sino también las lenguas cooficiales en sus territorios. Teníamos una situación de igualdad y la seguimos teniendo. Por cierto, la redacción actual es similar, no solo a la LOE del PSOE, sino también a la fallida LOCE de Aznar. Los alumnos deberán alcanzar el dominio pleno del castellano. Si eso no es protección, no sé qué lo sería. Evidentemente esta es una redacción más aceptable para los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, que forman parte del congreso con tanto derecho como cualquier otro y estaban más dispuestos que el PP a alcanzar algún tipo de acuerdo. Lo que creo que ocurre es que muchos dirigentes y simpatizantes del PP y de VOX, sencillamente, no soportan la mera existencia de otras lenguas en el estado. Pues bien, en Galicia hay mucha gente que tiene como lengua materna el gallego y tienen derecho a recibir educación en ─y de─ su lengua materna. Lo mismo en Cataluña y en el País Vasco. Otra cosa será el desarrollo legislativo que hagan las comunidades en uso de sus competencias. Es en este desarrollo autonómico en el que los nacionalistas pueden intentar favorecer una lengua o la otra, pero pueden intentar hacerlo con cualquier redactado de la ley orgánica. Esta, la ley orgánica, no tiene más remedio que regular una situación de igualdad entre el castellano y cada lengua cooficial donde exista.

Se aprecia una gran hipocresía en esos ambientes políticos y periodísticos de derecha que claman por el castellano mientras promueven en la castiza comunidad que es España dentro de España, el inglés como lengua vehicular. Inglés sí, pero catalán no. Más que rasgarse las vestiduras por la lengua de Cervantes ─no paran con el topicazo─ podrían preocuparse por la calidad del castellano de los dirigentes, y de los medios de información afines. Y no titular en primera página, por ejemplo, «Pedro Sánchez es el punto y final del PSOE». O rescatar del olvido los verbos empezar, comenzar e iniciar y no soltar siempre el odioso arrancar. Arranca la legislatura, la sesión, el programa, la carrera, el partido, el curso escolar o la desescalada. O tirarle de las orejas a ese presentador de un telediario de ámbito estatal que suelta esos abominables dijistes, pensastes, etc. Y a los que aprenden a decir poner en valor, empoderar o sororidad cinco minutos después de que algún iluminado inventara el término, pero que no se enteran ni a tiros de que no se dice preveyó, sino previó, por ejemplo. O que confunden onceavo con undécimo. Solo tienen aprecio por el castellano cuando el PSOE pacta con ERC.

Por cierto, cuando analicé el último informe PISA no se habían publicado los resultados españoles en competencia lectora debido a irregularidades concentradas en la comunidad de Madrid. Pero ahora han salido. Helos aquí:

Podéis ver como Galicia y Cataluña, comunidades con lengua propia, están muy por encima de la media española y de la comunidad más rica y más ultraliberal y de más entusiasmo por el carácter vehicular del castellano. Y eso en una prueba hecha durante el período de vigencia de la LOMCE, ley del PP. Además, la media española está 13 puntos por debajo de la UE. Mediocridad, solo mediocridad. Ni castellano ni catalán ni inglés, el problema de la enseñanza en España no es el idioma, es el que señala Luri. La mayor parte de los alumnos, al terminar la ESO, no saben leer comprensivamente un texto mediano.

Segundo: ataque a la religión. La presencia de la Religión Católica como asignatura en la enseñanza Primaria y en la Secundaria es una anomalía en España. Países tanto o más católicos que el nuestro consideran la formación religiosa un asunto privado que se desarrolla en casa o en los templos de cada confesión. En España estamos atados por los acuerdos con la Santa Sede que vienen de 1979 y que el PSOE nunca se atrevió o no tuvo la fuerza suficiente para rectificar. Así que la izquierda se guarda los principios y mete la religión en la escuela. Los que opinamos que no debería existir esa asignatura tenemos que aguantarla debido a la legalidad vigente. Pero a la caverna esto no le llega, nos quiere no solo derrotados, sino cautivos y desarmados. No les basta con la existencia de la Religión, tiene que ser la asignatura principal. Mal asunto llegar aquí a un acuerdo con los discípulos de Rouco Varela y Cañizares.

Tercero: ataque a la enseñanza concertada. Se basan en la supresión del apartado 8 del artículo 116 que decía: «Las Administraciones educativas podrán convocar concursos públicos para la construcción y gestión de centros concertados sobre suelo público dotacional». Esto y que los centros concertados no puedan segregar por sexos. 
Por partes. Uno, en España, la enseñanza concertada no es mejor que la pública. En España obtienen mejores resultados los alumnos y los centros con un mejor ISEC ─Índice Socio-Económico y Cultural─. Si descontamos el ISEC de los resultados PISA, los rendimientos de la enseñanza pública son mejores que los de la enseñanza concertada. Dos, no siendo una anomalía, España es el segundo o tercer país de la UE con más centros concertados. Esto es consecuencia de aquella ley de 1985. Teniendo en cuenta que en los últimos 40 años, el PSOE ha gobernado unos 28 o 29, no parece que sea muy contrario a la concertada. Tres, los centros privados, concertados o no, son empresas privadas cuyo objetivo, por tanto, es ganar dinero. Ganar dinero educando, pero ganar dinero. Los centros concertados ganan dinero con ayuda del estado. Solo faltaba que además de pagarles la enseñanza hubiera que regalarles el suelo y el edificio. Es lo que se llama «disparar con pólvora del rey». Cuatro, reclamar en nombre de la libertad el derecho a llevar a los hijos a un centro religioso, incluso del Opus y que eso se lo pague el estado sería patético si no fuera intolerable. La libertad brilla en la inmensa mayoría de los centros públicos. En los privados y concertados suele brillar por su ausencia.
Ya he contado como en algún centro religioso de Vigo, en vez de educar en la igualdad de derechos  o en el rechazo a la violencia contra las mujeres, ejercían la libertad de llevar flores a María. En otro colegio concertado religioso que tengo muy cerca, durante años observaba como, en cierta época del curso, por la calle las niñas iban repasando en voz alta el contenido del examen del día: las etapas del viaje de San Pablo según fue de Roma a Tesalónica y volvió. Seguramente es muy educativo, no digo que no. No nos dejemos engañar por las voces que reclaman hipócritamente ¡libertad!
En Vigo hay muchos colegios concertados. Algunos bien valorados: los Maristas, los Jesuítas, los Salesianos. En mi etapa de asesor conocí muchos otros. Siempre me preguntaba cómo era posible que hubiera padres que llevaran a sus hijos a esos sitios existiendo cerca de 20 institutos. En fin.

Cuarto: la educación especial. La escolarización del alumnado con necesidades educativas especiales se regula en el artículo 74 de la LOE. La LOMCE ─del PP─ no lo modificó. En resumidas cuentas, se apuesta por la inclusión y solo en casos extraordinarios en centros especiales. La ley Celaá no cambia esto. No cambia el apartado 1 del artículo 74 donde se recoge lo que he dicho. Añade un párrafo extra al artículo anterior, el 73, para obligar a dotar de medios a los centros para la detección precoz de las necesidades especiales. También modifica los apartados 2, 3, 4 y 5 del artículo 74 para reforzar el superior interés del menor. En el apartado 4 añade «Para atender adecuadamente a dicha escolarización, la relación numérica entre profesorado y alumnado podrá ser inferior a la establecida con carácter general». ¿Dónde ve la derecha una agresión? 

Curiosamente hay algo que la LOMLOE mantiene de la LOMCE, pero que no estaba en la LOE. Es decir, el PSOE asume algo que el PP introduce en la ley anterior. Esto no ha tenido repercusión en la prensa, cuando podría ser considerado como un elemento de distensión que en algo se acercaran ambos partidos. Se trata de las pasarelas, la posibilidad de pasar directamente de la FP básica a la de grado medio y, de esta, a la superior. Ya he comentado que a mí me parece bien, así que felicitémonos. Pero hay un pequeño añadido. Los alumnos que completen FP básica pueden pasar a la FP de grado medio y también al bachillerato por la sencilla razón de que al completar esa FPB obtienen el título de la ESO. Aquí hay un efecto secundario, de repente el porcentaje de alumnos que obtienen el título correspondiente a la Enseñanaza Básica y Obligaria en España crece, porque antes a los que hacían FPB no se les daba el título de la ESO de forma automática. Uno de los indicadores estadísticos del fracaso escolar mejorará. Estoy seguro de que esto pesó en el ánimo de los autores de la LOMLOE.

Las críticas de la derecha no hay por donde cogerlas. Pero ahí van las mías.

Desearía que una ley orgánica de educación contara con el consenso del PP, eso la haría menos motivo de bronca política. De hecho, no parece que las discrepancias sean tan graves. No debe ser difícil encontrar un acuerdo. Pero en un país donde decidir si seis comensales, ocho o diez en nochebuena no se puede hacer civilizadamente, pedir consenso en algo importante, actualmente, es una entelequia.

Si hubiera un amplio consenso se habría podido abordar lo que realmente está haciendo que el sistema educativo español sea mediocre, y de lo que he hablado varias veces: el propio concepto ESO y el exceso de materias y contenidos.

Uno, la existencia de la ESO, enseñanza en teoría igual para todos. Esto es fuente de fracaso. Hay que diferenciar educación obligatoria de educación común. Creo que el bachillerato debe ser de tres años, al menos y, por tanto, la educación anterior de un año menos. Debe haber opciones distintas para alumnado distinto. 
Dos, deben reducirse drásticamente el número de asignaturas y de contenidos de las asignaturas que sobrevivan. Debemos preguntarnos cuál es la formación básica que debemos proporcionar a nuestros jóvenes y concentrar los esfuerzos en esa formación básica. 

Y, por encima de todo, volver al conocimiento poderoso. Y revisar las ratios.