sábado, 19 de septiembre de 2020

Ha nacido una estrella

Durante la llamada primera ola de la pandemia todo fue muy rápido. A finales de enero o principios de febrero un telediario abrió anunciando que España era un territorio oficialmente libre de coronavirus. Habían aparecido uno o dos casos y, después de un par de semanas, habían dado negativo en la prueba correspondiente. En marzo empezaron a detectarse casos masivamente. El 12 o el 13 cerraron los colegios. El 14 entró en vigor el estado de alarma. En abril se alcanzó el pico con casi 10 000 infectados y 1000 muertos diarios. En mayo comenzó la desescalada. El 25 de mayo empezaron a abrir parcialmente los colegios e institutos para 2º de bachillerato y algún otro curso. A principios de junio había un centenar de casos y menos de diez muertos diarios. Políticos, sanitarios, profesores y demás profesionales fueron aprendiendo sobre la marcha cómo enfrentarse a las respectivas responsabilidades. Los posibles errores cometidos tienen el atenuante de la falta de precedentes de la misma magnitud, de las prisas y, desde luego, del estrés a que todos se vieron sometidos. También tienen el agravante habitual del descaro con que muchos políticos hicieron de esa crisis motivo de batalla electoralista. Como ya he dicho, yo creo que unos más que otros, no todos son iguales.

Dice Gregorio Luri que la escuela es una causa noble, aunque imperfecta. Durante el período en que los centros estuvieron cerrados y se recurrió a la vía telemática, la mayoría de profesores dieron la talla. Muchos centros adoptaron medidas antes de que la ministra o los consejeros dictaran instrucciones. Algunos colegios socorrieron ─esa es la palabra─ a sus alumnos más desfavorecidos suministrándoles equipos y conexiones gratuitas costeadas por los muy exiguos medios de que dispone un colegio público. Hubo profesores que de forma voluntaria, restando tiempo a su vida personal, se dedicaron a ayudar a formar a aquellos de menor competencia TIC. Las aulas virtuales cobraron un impulso sorprendente teniendo en cuenta la reticencia que todavía despertaban en muchos profesionales. Estamos hablando de un colectivo castigado, fatigado, ofendido por la actitud de las autoridades. Recuérdese a la inefable lideresa afirmando que «para las 18 horas que trabajan, están demasiado bien pagados» o algo así. Desde luego, esa era la idea. Un colectivo que ha sufrido recortes y congelaciones salariales por parte de los gobiernos de todos los colores. Un colectivo que ha aportado la nobleza de la que habla Luri.

La imperfección vino de parte de la ministra y los consejeros. Es cierto que, al menos, la Xunta de Galicia y el Principado de Asturias proporcionaron algunos medios técnicos a los centros. Pero la medida fuerte de sus instrucciones fue la de aprobar a todos. Esto tuvo algunas consecuencias fáciles de predecir. Muchos alumnos que tenían aprobados los dos primeros trimestres del curso, al conocer que ya habían aprobado el curso, abandonaron las clases telemáticas. En la mayoría de los casos con el consentimiento o la inacción de sus familias. Una vez más se demuestra que para muchos padres y muchas madres, lo único que importa es la nota. Otros alumnos, de clases desfavorecidas, que ya sufrían cierto grado de abandono escolar antes, confirmaron ese abandono pese a la ejemplar labor tutorial de los profesores. En estos casos, las familias no han hecho gran cosa, en muchas ocasiones, porque no han podido. Y como hemos sabido en septiembre, la matrícula en los ciclos medios y superiores de Formación Profesional ha descendido pues el alumnado ha preferido matricularse en bachillerato o en la universidad al haber aprobado, respectivamente, la ESO o el bachillerato. Esto merece un seria reflexión respecto al prestigio de la FP en España.

Y, de repente, la segunda ola. Nuevamente, más de 10 000 casos diarios al principio de septiembre. Por fortuna, de momento, menos letal. Cunde el desánimo y la sorpresa. ¿Qué está pasando? ¿Por qué nosotros? 

Ahora no tenemos la coartada de la prisa o la novedad. La ministra y los consejeros han tenido varios meses para preparar el nuevo curso. Han dado a luz un acuerdo que deja perplejos y desanimados a los profesores. En 94 páginas se explica que todos deben llevar mascarilla ─¡bien!─, lavarse frecuentemente ─¡bien!, también─ y respetar una distancia, medida desde el centro de cada silla, de 1,5 m ─bueno, era mejor 2 m, pero vale─, y los alumnos que no quepan debido a esta medida, se irán a otra sala. Cientos de directores han señalado que en sus centros no hay "otra" sala y, que si la hubiera necesitarían "otro" profesor, que tampoco hay. La respuesta de las autoridades es «pensar en términos de comedor o salón de actos». Pensar en términos de, significa dar clase en. Y que el profesor vaya de un lugar al otro. Y si, a pesar de todo, no es posible, entonces no se guardará la distancia de 1,5 m.

Bueno, pues se está dando clase en los salones de actos, en las bibliotecas y hasta en los pasillos. Los profesores se guardan su perplejidad y su miedo y se adaptan a lo que hay. Como era de esperar, los casos positivos en los colegios y sus correspondientes cuarentenas están creciendo día a día. Visto lo que sucedía en otras comunidades, en Galicia, la Xunta decidió retrasar el comienzo del curso.

Se prometieron nuevas contrataciones de las que hoy nada se sabe. La reducción de las ratios quedaron en el olvido. La imprescindible reducción de materias, contenidos y horas lectivas ni siquiera fue considerada ─España tiene unas 200 horas lectivas anuales en la ESO más que en Finlandia─. A nadie se le ocurrió elaborar un catálogo de espacios dignos disponibles en las proximidades de los colegios que pudieran ser eventualmente utilizados como aulas. De construir nuevos centros, ni hablamos. 

Sin embargo, una dicharachera presidenta de comunidad, digna heredera y sucesora de la lideresa, construirá un nuevo hospital, cuando la necesidad sanitaria es más de personal que de espacio. Los políticos, en general, no dan la talla. Dicen cualquier cosa para escurrir el bulto y eludir responsabilidades. Pero la auténtica estrella es esta locuaz presidenta: Isabel Díaz Ayuso. Según ella, la tremebunda cifra de contagios de Madrid es debida a las costumbres de los inmigrantes, y a que Sánchez quiere cargarse la capital, entre otras lindezas.

Todos habréis leído sus hazañas. En mi opinión hay dos momentos sublimes. Antes de empezar el curso, todos los profesores de la comunidad fueron citados para hacerse la prueba serológica. Unos cien mil profesores citados en cuatro días y seis centros. Así que sale a unos cuatro mil y pico profesores por centro y día. Algunos citados por correo electrónico con apenas una hora de antelación, ¡en Madrid! Las colas y el caos fueron antológicos. La genial Ayuso culpó a los propios profesores por ocurrírseles ir todos a la vez. ¡Con un par...!

El segundo momento fue cuando declaró que a lo largo del curso «todos los niños se van a contagiar antes o después». Eso sí que es dar ánimos. Imaginaos que eso lo hubiera dicho Iglesias. Estaría toda la caverna salivando con la paliza que le iban a dar y la cantidad de veces que tendría que dimitir o ser cesado. Sin embargo, al tratarse de Ayuso, pasó sin pena ni gloria para la mayoría de la prensa. Lo dicho, una estrella.

Lo que no sé es si se trata de una estrella fugaz. Veremos.