sábado, 23 de mayo de 2020

Unos son iguales y otros no

Se está escribiendo mucho y, a veces, bien sobre la crisis del coronavirus. Siendo así, es una osadía pretender que se tiene algo original que decir. No obstante, dado que soy algo osado y que tengo tendencia a irme por las ramas, allá voy.

Un argumento que me molesta en las conversaciones reales y virtuales es el de que todos los políticos son iguales. Corta las conversaciones de forma abrupta y, creo, suele esconder un posible admirador de Trump o Bolsonaro o gente así. Aunque pueda ser cierto el bajo nivel de nuestros políticos, no son todos iguales.
No es lo mismo el lehendakari Urkullu que el president Torra. No lo es la diputada gallega del PP, Ana Pastor que la diputada cosmopolita del PP, Cayetana Ávarez de Toledo. El médico vicepresidente de Castilla y León no es igual a la locuaz presidenta de Madrid. El diputado Aitor Esteban no es lo mismo que el diputado Teodoro Egea.  El líder de la oposición de España no es igual al líder de la oposición de Portugal, ni tampoco a la líder de la oposición del ayuntamiento de Madrid. No es lo mismo el ministro Illa que el ministro Ábalos. Tampoco es lo mismo el actual Rufián que el Rufián de 2016. Y así hasta el infinito.
Sin embargo, sí son muy parecidos todos los ministros de Educación desde Gustavo Suárez Pertierra  (1993-95) hasta la actual Isabel Celaá, con la probable excepción del breve Ángel Gabilondo.

Los centros escolares se cerraron el 12 o 13 de marzo. El lunes, 25 de mayo, se abren parcialmente para alumnado de 2º de bachillerato y otros cursos finales de etapa. Se desconoce si en septiembre se podrán reanudar las actividades y en qué condiciones.
Durante este período, la educación se ha sostenido, aunque de forma imperfecta, gracias al sobreesfuerzo de muchos profesores. Las clases se sustituyeron por aulas virtuales y sesiones de videoconferencia. Enseguida se puso de manifiesto la llamada brecha digital. Un gran número de alumnos, sobre todo de las clases más desfavorecidas, no tenían acceso a la red. O, al menos, no tenían un acceso digno. Por otro lado, no todos los profesores eran suficientemente competentes en el uso de esas aplicaciones y tecnologías. Haciendo de la necesidad virtud, muchos se formaron sobre la marcha. Los alumnos, al menos aquellos que disponían de los medios para hacerlo, pudieron continuar con su formación con las tareas encomendadas a través de las aulas virtuales y con el contacto con los profesores por videoconferencia. Sé, por numerosos testimonios, que el trabajo ha sido y sigue siendo agotador. El final de curso se venía encima y, por mucho que se esforzaran los profesores, la formación se resiente. Esto aparte del alumnado que, sencillamente, se desconectó del proceso. Por eso se esperaban ansiosamente las medidas de las autoridades educativas para afrontar la evaluación final y el comienzo del próximo curso. Y Celaá no ha decepcionado. Ni Celaá ni los consejeros de las autonomías.
El 24 de abril se publicó en el BOE una orden ministerial acordada, presuntamente con las autonomías, en la que se fijan los criterios e instrucciones para finalizar el actual curso escolar. Os aconsejo su lectura pues es un gran ejemplo de cómo se pueden llenar páginas sin acabar de decir nada interesante o práctico.

Las actividades lectivas que se desarrollen durante el tercer trimestre del curso 2019-2020 deberán combinar de manera integrada las actividades a distancia y las presenciales que pudieran llevarse a cabo, según evolucione la situación sanitaria.

Las Administraciones y los centros educativos adaptarán el modelo de tutorías a la nueva situación, con la finalidad de ayudar al alumnado a organizar sus actividades escolares, autorregular su aprendizaje y mantener un buen estado emocional.

Y todo así. Se ve que los profesores pretendían combinar las actividades de manera desintegrada o no adaptar las tutorías, por ejemplo.
Hay algunas cosas más concretas y que el profesorado entendió de forma cristalina desde el primer momento:

La promoción de curso será la norma general en todas las etapas, considerándose la repetición de curso una medida muy excepcional.

Y, de cara al curso próximo:

Las Administraciones educativas, los centros y el profesorado organizarán planes de recuperación y adaptación del currículo y de las actividades educativas para el próximo curso, con objeto de permitir el avance de todo el alumnado y especialmente de los más rezagados.

En otras palabras: tú, profesor, apruebas a todos y el curso que viene les preparas unas actividades para recuperar este trimestre.
Por supuesto que estoy de acuerdo en la idea de que se trate de perjudicar lo menos posible el proceso de aprendizaje, pero es que vuelve a confundirse este ─el aprendizaje─ con la nota. Además, pretender que lo perdido este curso se arregle con adaptaciones curriculares o actividades especiales sería una grave equivocación, si no fuera antes una falta de consideración con el trabajo ─duro trabajo─ de los profesores. Aprobar a todos solo servirá para enmascarar el problema para la estadística y no hay adaptación que meta un trimestre en unas cuantas actividades el próximo curso.

Para mi sorpresa, de todo lo leído, coincido con una representante de las ANPAS gallegas, su vicepresidenta Isabel Calvete, con un profesor popular, David Calle y con una pedagoga cuyo nombre no recuerdo. Curiosamente representan tres colectivos con los que no suelo estar de acuerdo. En general, se muestran en contra de que la promoción de curso sea la única medida y, además, indiscriminada. Ponen el dedo en la llaga cuando señalan que el exceso de contenidos de los currículos es un problema del sistema que ahora se agrava. Insisto, ahora se agrava, pero el problema ya existía con anterioridad. Esta es una ocasión para corregirlo. No se puede sumar el contenido de tres meses de este año al contenido propio de los nueve meses del próximo curso y pretender que todo vaya bien. La decisión valiente que tenían que haber tomado las autoridades educativas, lideradas por la ministra Celaá, es un fuerte recorte en asignaturas innecesarias y en contenidos superfluos de asignaturas necesarias. La situación de emergencia en que nos encontramos era el momento óptimo para abordar ese recorte que choca con intereses y prejuicios varios.

Las mismas tres personas que acabo de citar, se refieren a otro aspecto de la enseñanza que se puede y se debe corregir: la ratio, el número de alumnos por aula. Esto, evidentemente, exige contratar más profesorado, disponer de más medios e infraestructuras y, probablemente, más centros escolares. Por tanto, más dinero, es decir, más impuestos. ¡Horror!, la lideresa y los suyos se revuelven en sus poltronas. ¡Qué barbaridad! Pero, ¿no estábamos en la mayor crisis social, económica, sanitaria,... de los últimos 100, 200─ ¡qué sé yo!─ años?

A Celaá se le ocurrió una medida demoledora por su ingenio: utilizar todos los espacios de los centros para dar clase. Así, cree ella, se reparten más los alumnos y aumenta el distanciamiento entre ellos. De los profesores no dice nada, probablemente se desdoblan mágicamente. ¿Habrá pisado la señora ministra un centro de enseñanza público alguna vez en su vida? ¿Creerá que la mitad de un instituto está permanentemente vacía? Cualquiera que, como yo, haya confeccionado los horarios de un instituto alguna vez, sabe que hay que hacer encaje de bolillos para encontrar un aula libre para colocar la inmensidad de asignaturas troncales y optativas que tienen los alumnos. Por necesidades del centro, en mi laboratorio de Química se impartían toda clase de materias. Hasta algo de piluquiría de los ciclos que en ese instituto existían. No sé, esculpido de uñas o jabones olorosos o pociones o algo.

Ya veis que, en efecto, me voy por las ramas.