lunes, 30 de marzo de 2020

Ok, boomer

30 de marzo de 2020, decimosexto día de confinamiento de la población a causa de la pandemia provocada por el coronavirus. 

A cabesiña non para.
Así, con seseo propio de las Rías Bajas me gusta describir lo que nos pasa a todos estos días de confinamiento. Me asomo a las dos ventanas abiertas de las que dispongo. Por la real, apenas veo un fragmento de calle. Desde la ventana virtual, de grupos de whatsapp y webs, veo desfilar prácticamente a todo el mundo. Y la cabeza da vueltas, observa y analiza.
Para empezar, aunque no es exactamente lo mismo, me entretengo suponiendo que en castellano diríamos cada loco con su tema, expresión mucho más severa y antipática. 

Por mi ventana real veo la cola que se forma para entrar en un supermercado. Se nota que cada individuo de la especie Homo sapiens sapiens, se siente atrapado entre dos impulsos. Por un lado, el impulso ancestral del homínido que bajó del árbol y se sintió vulnerable en la sabana. Para protegerse en un ambiente hostil desarrolló una querencia por el gregarismo. Al no tratarse de un animal especialmente fuerte, grande o rápido, encontró refugio en el grupo familiar o en la tribu. Este instinto permanece con fuerza en las áreas mediterráneas, pero está más debilitado en el centro y norte de Europa. Una fila inglesa o alemana esperando el autobús es una línea recta de puntos equidistantes. Una fila española o italiana es un amasijo de puntos con una cierta tendencia a seguir una dirección preferida.
El segundo impulso es el de la necesidad de guardar las distancias a causa de la pandemia. Hay dos factores que contribuyen a este impulso. Por un lado el miedo y por otro el conocimiento. El miedo irracional al contagio y el conocimiento racional de que te puedes contagiar. Por una vez ambos factores, habitualmente enfrentados, trabajan en el mismo sentido. Sostengo, sin embargo, que los ejemplares de Homo sapiens más evolucionados tienden a guardar mejor la distancia de seguridad que los más primitivos.

Hoy mismo, el célebre paleoantropólogo español, Juan Luis Arsuaga, fue entrevistado en RNE. Se le preguntó sobre ciertos comportamientos irracionales de algunos sectores de la población. Concretamente el apedreamiento de autobuses ocupados por personas mayores a su paso por cierta localidad como si ellos fueran los responsables del contagio. La entrevistadora quería saber si ese es un comportamiento propio del hombre de las cavernas. Arsuaga respondió que esos casos solo se evitan con educación. Sobre todo, educación en el sentido de instrucción, de conocimiento. De hecho, defendió la necesidad de una correcta instrucción para combatir la irracionalidad en esta o en cualquier otra crisis.

En mi ventana virtual abundan, como supongo que en todas, los bulos y noticias falsas. Pero también abunda un argumento, no necesariamente falso, que culpa al gobierno actual de mala gestión de la crisis y, además, de la falta de profesionales, camas y material sanitario. Lo último que se debe hacer en un grupo de whatsapp es discutir de algo que se relacione, aunque sea de lejos, con la política. Así que me callé. Y aunque no cabe duda de que alguna responsabilidad tendrá el gobierno, no dejaba de molestarme la simplicidad con que siempre se culpa al que manda de todos los males. En este caso, olvidando dos hechos indiscutibles. Uno, que las competencias en sanidad están totalmente transferidas a las comunidades autónomas. Dos, que venimos de una etapa de fuertes recortes en sanidad y en otros aspectos que formaban lo que llamábamos Estado del Bienestar. Recortes estos aplaudidos, cuando no adoptados o exigidos por los mismos que ahora reprochan esas carencias.

Y, de repente, a cabesiña que non para, me llevó de las dos ventanas y Arsuaga a la novela de Kim Stanley Robinson que estoy leyendo, Señales de lluvia. Robinson pone en boca de uno de sus personajes un viejo argumento que formaba parte del abc de la iniciación ideológica y política de mi generación, que es la de Robinson, la de los baby boomers.

Siempre fui reticente con la existencia de la asignatura de Economía en la enseñanza Secundaria. Defiendo que no forma parte de la educación básica que un alumno debe recibir y que aquellos que vayan a estudiar economía en la Universidad, se apañarán estupendamente sin haberla cursado en el bachillerato. Esta opinión, claro, no gustaba a uno de mis mejores amigos de la profesión que es, precisamente, profesor de Economía. Pues mira por donde, acabo de cambiar de opinión. Creo que a toda la población hay que explicarle lo que el personaje de Robinson dice, para que luego, una vez sea adulto, saque sus propias conclusiones.

Se trata de lo siguiente. ─Robinson se refiere a EEUU, pero en Europa y en España es lo mismo, aunque puedan variar ligeramente las cantidades absolutas─. El sueldo medio de un asalariado es de unos 30 000 $ anuales. Y ese asalariado genera, como media una plusvalía ─la cantidad que le hace ganar a su empresa─ de 60 000 $. Así que podemos decir que un trabajador medio de los EEUU genera una riqueza de 90 000 $ anuales. De esta riqueza, su jefe se queda con dos tercios, los 60 000. De los 30 000 restantes, el gobierno le quita un tercio, 10 000, en concepto de impuestos. Con estos 10 000, el gobierno hace carreteras, hospitales, colegios, aeropuertos y paga a los médicos, a los profesores, a los jueces, a los policías, las pensiones y las prestaciones por desempleo, etc. Con aquellos 60 000, el empresario se compra yates, jets privados y chalés en la playa. El trabajador critica al estado intervencionista y vota a aquellos que acaban favoreciendo a los que se llevan los 60 000 para que se lleven un poco más.

Lo sé. Es socialcomunismo rancio. Apesta a siglo veinte. Los jóvenes más displicentes, si leen esto, dirán:

-¡Ok, boomer!