lunes, 1 de febrero de 2021

Un país del 85%

Entre mis diversas manías se encuentra la de contarlo todo. Cuento los coches en el aparcamiento, las butacas en un cine o los perros en el parque; cosas así. La costumbre comenzó cuando jugaba con mis hermanos. Uno contaba coches negros, otro blancos, rojos, etc. El que contase más, ganaba. Ahora cuento gente con mascarilla por la calle. Comencé en octubre y sigo. Gente que la lleva bien y que no la lleva o la lleva mal: de bufanda o con la nariz al aire. Llevarla en el codo cuenta como no llevarla. No cuento los que están en las terrazas de los bares porque eso es territorio "libre de la jurisdicción". Lo hago casi todos los días que voy andando por la calle y me acuerdo. He tenido la ocasión de hacerlo en casi todos los barrios de Vigo, al menos los de la zona urbana. El total acumulado pasa de 40 000 personas. Muchas estarán repetidas, claro, pero no puedo saber el número con certeza.

Bien, el porcentaje de personas que llevan la mascarilla de forma correcta está en torno al 85%. Ha habido una leve tendencia a disminuir este número desde octubre, pero no más del 1 o 2%. Es decir, era de casi el 86% en octubre y es del 84 y poco ahora. La variación no es significativa, pero es significativo el hecho de que, pese al agravamiento de la pandemia, el porcentaje no mejora sino que empeora. En cuanto al 15% restante, incluye a los que no la llevan, a los que la llevan en el cuello y a los que solo se tapan la boca y no la nariz. Lo curioso es el crecimiento de estos últimos, los de la nariz fuera. Eran alrededor del 7% en octubre y son más del 11% ahora. Este hecho me deja confuso. Entiendo que no llevarla puede ser una actitud de rebeldía o de desconfianza o incluso de gamberrismo social. Se puede pensar que, pese a lo que dicen los expertos, en la calle no hace falta llevarla. De hecho hay varios países en los que no es obligatoria. Pero ya que la llevas, dejar la nariz al aire es un sí pero no que me descoloca. Y el porcentaje aumenta de forma suave pero continua.

La mayoría de las personas con las que he comentado estos números coinciden en el análisis: el 85% está muy bien, es un extraordinario porcentaje de seguimiento y más tratándose de España ─date con un canto en los dientes, dicen─. Yo creo que eso es un error y un problema general en el país. Un 85% de cumplimiento de una norma elemental de protección sanitaria no es satisfactorio. Solo puede ser aceptable provisionalmente mientras nos planteamos como llegar al 90% y luego al 95% y luego al 98% y luego... Puede que sea imposible, pero ni las autoridades ni la sociedad lo podemos aceptar pasivamente. Sucede así en todos los ámbitos, también en la enseñanza. No necesariamente un 85%, pero es un buen número para ilustrar lo que pasa. No se analizan los problemas. Santificamos las cifras. Si algo se cumple al 85%, decidimos que lo hacemos razonablemente bien y a olvidarse.

Un 85% de los conductores respetan los pasos de peatones, otro 85% no usan el móvil conduciendo. El 85% de los dueños de perros peligrosos son civilizados. El 85% paga sus impuestos. El 85% de la población creímos que el rey Juan Carlos fue honrado durante el 85% de su reinado. Un 85% de ese 85% lo sigue creyendo. El 85% de los hosteleros tienen a sus trabajadores dados de alta en la seguridad social y les pagan por el 85% de las horas que trabajan. El 85% de los políticos no se corrompen. Y todo así. Nunca se toman medidas para remediar el problema que está detrás de esos datos, solo se toman medidas para corregir la estadística. La frase preferida de los políticos es: en tal asunto hemos alcanzado el 86% de cumplimiento, lo cual representa un aumento de un uno por ciento sobre igual período del año anterior.

Fijémonos en las cifras del paro. España siempre fue el país con más paro de la Unión Europea o, al menos, uno de los que más paro sufren. Las políticas de empleo nunca han conseguido aumentar la cantidad de empleo total, siempre han consistido en cambiar la forma de contar los parados o en repartir un solo empleo decente entre muchos trabajadores. Todos tendrán un salario miserable, pero las cifras mejoran y diremos "España va bien". Otra estrategia puede ser la de ofrecerle a un licenciado universitario con un doctorado o un máster, un empleo de camarero en una boda a 200 km de su casa con un contrato de cuatro horas, pero que deberá trabajar doce, corriendo el transporte a su cargo. Si lo rechaza, "no busca trabajo activamente" y se le borra de las listas del paro. Uno menos. Si el paro baja del 10% y, por tanto, el empleo sube del 90%, problema arreglado.

Cosas parecidas pasan en la enseñanza.

Las puntuaciones de España en el informe PISA suelen estar entre el 80 y el 90% de la media de la OCDE. Cuando nos acercamos al 90% todo va bien, porque hemos mejorado. Pero nadie se pregunta por qué no rendimos como un país rico, desarrollado y del primer mundo. Nos conformamos con hacerlo mejor que Méjico, Marruecos o Bulgaria. Y tanto PISA como las demás evaluaciones internacionales ─PIRLS, TIMSS, TALIS, PIAAC, ICCS─  nos están diciendo una y otra vez que el nivel de comprensión lectora de nuestros escolares y de buena parte de la población adulta, incluso universitaria, es deplorable. Y el nivel de expresión otro tanto. Ya corre como la pólvora el último hallazgo de la estupidez: no hacer la contracción "del", ahora periodistas  y políticos dicen "de el". "El día de Año Nuevo es el primer día de el año". "Pedro Sánchez es el presidente de el gobierno".

En algunos cursos, menos del 85% de los alumnos promocionan de nivel. Arreglamos eso prohibiendo repetir por ley, al menos entre ciertos cursos o en ciertas circunstancias. Mejoramos el indicador. Que los alumnos implicados estén formados o sepan algo es irrelevante. En otros casos, el criterio para pasar de curso es que solo tengan suspensas dos asignaturas. Cambiamos el criterio a tres asignaturas y las cifras mejoran. ¿Están mejor preparados ahora?

Si un profesor tiene un porcentaje de aprobados menor del 85% se arriesga a un expediente. Si su porcentaje es mayor tendrá la felicitación de autoridades y padres, sin importar que sus alumnos no hayan aprendido nada.

Las distintas pruebas de selectividad desde los años noventa son un gran éxito. Siempre han aprobado esa prueba más del 90%, en junio. Todo va bien. Entonces, ¿por qué los profesores universitarios se vienen quejando sistemáticamente de que los alumnos cada vez llegan peor preparados? 

En resumen, las cifras no deberían ser el objetivo de las políticas, deberían ser la consecuencia. Ninguna cifra es satisfactoria mientras se pueda hacer algo para afrontar el problema que subyace a esa cifra.

No digo que sea fácil, digo que no lo podemos considerar satisfactorio. Seré ingenuo o seré germánico, pero yo no quiero conformarme. Como decía Julia Roberts, "quiero el cuento de hadas completo". 


5 comentarios:

  1. Cómo siempre, un texto que no decepciona. Te doy la razón. Somos tan inconformistas para algunas cosas y en lo realmente importante, nos conformamos.

    Por cierto, qué curioso. Yo también cuento de todo. Làs patatas que corto para freír, los pasos, coches.. ..

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  3. DE acuerdo con lo de las notas y tal. Con respecto a no cubrirse la nariz fuera de la mascarilla, propongo un posible mecanismo que mueve a ello: primero, una persona que va sobrada decide que no hace falta taparse la nariz porque con taparse la boca llega. Segundo: otras personas lo ven y dicen 'si este no se cubre la nariz y va tan campante, pues yo tampoco'. Este comportamiento ya lo tenía yo controlado antes de la pandemia: había ciertos institutos en los que nadie se tapaba la nariz al trabajar en una sala limpia porque no lo hacía el jefe. Creo que sin estas 'semillas' el porcentaje sería bastante superior al 85%.
    Chilo

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  4. Creo que con las estadísticas se puede demostrar una cosa y su contraria o que con ellas la realidad puede ser vista como la botella medio llena o medio vacía. Todo lo que planteas vuelve a ser muy interesante y para mantener una larga conversación con tus reflexiones. Solo una cosa en este momento: yo sí quiero creerme, a pesar de lo que valoran los profesores universitarios, que las pruebas que llamábamos de selectividad mantienen un adecuado nivel de exigencia en la madurez del alumnado, aunque ese nivel, por desgracia, es muy variable según las autonomías responsables. Siempre me ha parecido mal que se intente suprimir esa evaluación externa, necesaria para que no nos relajemos en el trabajo que tenemos que desempeñar como profesionales.

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    1. Gracias, Isabel.
      Creo que la selectividad, como evaluación externa, es imprescindible. Sin embargo,también creo que se está dejando arrastrar por el deterioro general del sistema.

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