miércoles, 5 de diciembre de 2018

Aquella calidad (continuación)

El plan de calidad al que me refiero en el artículo anterior tuvo una vida más o menos corta como suele suceder con todas aquellas ideas imaginativas que resultan no ser más que ocurrencias.

Es cierto que la red de Conservatorios de Galicia obtuvo el certificado AENOR todavía en 2017 y algunos CIFP (Centro Integrado de Formación Profesional) en 2014. Otros centros de Formación Profesional y de ESO y Bachillerato tenían el certificado de años anteriores, pero la fiebre por La Calidad, pasó.

En los institutos que yo conozco, hubieran obtenido el certificado o no, se abandonó el plan y no se echa nada en falta. No quedó apenas ninguna herencia. La calidad de la enseñanza en esos centros, si por calidad se entiende las competencias, conocimientos, destrezas, formación, en suma, educación de los alumnos no solo no se resintió por abandonar el plan, sino que mejoró. El esfuerzo que el profesorado dedicó a la montaña de burocracia se pudo liberar para dedicarlo a ejercer la enseñanza.

En honor a la verdad, sí quedó alguna herencia. Incluso alguna herencia positiva. Al fin y al cabo, La Calidad fue aplicada por muchos profesores. Por ejemplo, en mi instituto se normalizó el documento de inventario de departamento. Pero la inmensa mayoría de documentos generados durante ese período, se abandonaron. Otras herencias son más cuestionables. Muchos aprendieron a decir enseñanza-aprendizaje y ya nunca más dijeron enseñanza a secas, siempre enseñanza-aprendizaje. Este y otros términos de argot pretendidamente científico o técnico hicieron fortuna. 

El plan comenzó, como he dicho, a principios de los 2000. A mediados de esa década fue creciendo. Es probable que alcanzara su máximo —por número de centros apuntados— en torno a 2006 o 2007. En esa fecha se empezaron a producir las deserciones que he contado, como la del centro de Anacleto y Ramiro. En los años siguientes, cada vez menos centros se apuntaban.

Anotarse a este plan tenía algunas ventajas para los centros. En primer lugar, una partida presupuestaria específica. Dada la precariedad económica de los colegios e institutos, esta era una buena razón para entrar en el plan. No recuerdo la cantidad por dos razones, la primera es la opacidad con que se llevaba todo esto y la segunda es que actualmente no consta en la web de la Consellería de Educación. En todo caso era una una cantidad significativa en el contexto del presupuesto global de un centro.

Además, el director castigado del post anterior —el director que fue nombrado cuando el testaferro de Anacleto dimitió— tuvo que pasar por el trago de ir a recoger el certificado de AENOR que a pesar de la crisis explicada en ese post, se le concedió al centro. Como premio extra por lograr el certificado, la Consellería de Educación, a través de un Director General, obsequió con un ordenador portátil a cada uno de los directores que ese año lo habían obtenido. El portátil fue entregado sin ningún tipo de documento, sin recibo, ningún director tuvo que hacer constar que lo recibía. Este regalo, por tanto, no era transparente para el profesorado. A mí me parece raro. El director castigado entregó el ordenador a su centro, haciéndolo constar en el inventario y en el resto de documentos del instituto, pero no lo hizo por obligación o porque esa fuera la instrucción, sino porque quiso o porque le pareció lo más correcto, quién sabe. 

Pocos años después quedaban muy pocos centros en el Plan. Sobresalía entre todos, la estructura completa de formación del profesorado, el CAFI (Centro Autonómico de Formación e Innovación) y todos los CFR (Centros de Formación y Recursos, seis en Galicia). En esos centros la burocracia tiene cierto sentido. Cada paso que da un asesor de formación debe quedar debidamente documentado pues tiene en su mano decisiones que son importantes para el resto del profesorado. Esta es la razón de fondo. Naturalmente el volumen desmedido de papeleo y, sobre todo, que el proceso lo certifique una empresa privada ya no es imprescindible. Es una opción que conviene tratar con mucha transparencia.

En este contexto, a dos asesores pardillos, se les ocurrió hacer una pregunta en una reunión de todos los asesores, directores de CAFI y CFR, subdirector general y jefe de servicio del área, con una representante de AENOR. La pregunta era cuánto costaban los servicios de AENOR y, por extensión, cuánto costaba La Calidad. El resto de asesores recibieron mayoritariamente con aplausos la pregunta. La máxima autoridad presente suspendió la reunión en ese momento presa, aparentemente, de un gran nerviosismo. Cuando un par de horas más tarde se reanudó, se proporcionó una cifra. La cantidad era francamente modesta. Hubo murmullos de incredulidad, pero ahí quedó. Si esa era la cantidad, no se entiende ni la opacidad anterior ni el nerviosismo.

Al final de aquel curso todos los asesores de Galicia recibieron su correspondiente renovación para el siguiente curso. ¿Todos? No, los dos pardillos fueron cesados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario