domingo, 25 de noviembre de 2018

Aquella calidad

En los primeros años de la década de los 2000, las administraciones educativas trataron de establecer —unas con más entusiasmo que otras— un sistema de mejora de la calidad de la enseñanza. La principal innovación era que la presunta mejora sería evaluable y podría ser certificada por la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR), organización privada encargada del desarrollo y difusión de normas técnicas y, precisamente, de la certificación de la calidad de productos, servicios y sistemas de gestión. Esta entidad privada —desde 2017, empresa privada; no sé muy bien cuál es la diferencia— fue creada en 1986 a raíz de la entrada de España en la UE. Así que obtener un certificado de AENOR equivalía en cierto modo a ser declarado homologable en calidad y seriedad a la Europa más desarrollada. 

Pongámonos a ello. ¿Alguien se opone a mejorar la calidad de la enseñanza? Claro que no. Al menos, nadie sensato. La primera medida es crear un llamado Plan de Mejora de la Calidad de los Procesos de Enseñanza Aprendizaje, o algo así, pero al que todo el mundo se refiere abreviadamente como La Calidad. Se publica en los diarios oficiales y se convoca a los centros a participar en él.

El objetivo principal será mejorar la calidad de la enseñanza, ¿no? 
Pues no. El objetivo es obtener el certificado de AENOR. 
Oiga, empezamos mal. 
Es que verá usted —dicen— obtener el certificado será la prueba definitiva de que se ha mejorado. 
Bueno, puede ser. Y, ¿cómo se obtiene el certificado? 
Fácil: cumpliendo la norma ISO-9001. 
Supongo que esa será la norma específica de la enseñanza. 
Pues no. Es una norma aplicable a cualquier organización o empresa pública o privada dedicada a cualquier actividad y que proporcione cualquier producto o servicio. Pero los indicadores son perfectamente trasladables. Por ejemplo: el grado de satisfacción del usuario o cliente, la comunicación con el mismo, la homogeneización de documentos, etc. 
Bien, de entrada, no parece que haya nada objetable en que el cliente esté satisfecho y que nos comuniquemos bien, aparte del hecho de llamarlo cliente, claro. 

Veamos, ahora, cómo funcionó esto en aquellos centros en que se aplicó. Por ejemplo, uno en el que reinaba un Anacleto igual o parecido al de este post anterior

Algunos, en nuestra ingenuidad, pensábamos que se avecinaba una época de trabajo redoblado en los siguientes aspectos: Evaluar los resultados del aprendizaje de nuestros alumnos en el momento actual para poderlos comparar con los mismos resultados al final de la aplicación del plan. Revisar profundamente estrategias y metodologías para identificar cuáles funcionaban y cuáles no. Lograr de una vez la imprescindible coordinación de los distintos departamentos didácticos para aplicar estrategias coherentes y establecer acuerdos didácticos. Elaborar un auténtico proyecto lingüístico de centro, un plan lector, un plan de implantación de las TICS y un proyecto de dinamización de la biblioteca, entre otros. Encuadrar todas las actividades no lectivas dentro de un proyecto coherente. Etc, etc. En fin, un volumen de trabajo que a nadie se le escapa.

El volumen de trabajo fue alto, sí, pero dedicado a otras cosas. Se elaboró una cantidad ingente de documentos que debíamos cubrir. En principio, se trataba de normalizar los ya existentes: actas, inventarios,... pero empezaron a surgir papeles nuevos como hongos, a cada cual más farragoso. Cada actuación profesional de un profesor venía precedida, acompañada y seguida de una montaña de burocracia. Al segundo año de aplicación del plan, era obvio que su influencia en la formación del alumnado era nula o negativa. Mientras, la cantidad de horas que el profesorado dedicaba a cubrir el papeleo empeoraba notablemente el tiempo y la calidad de su dedicación a enseñar. Empezaron las primeras disidencias y el claustro pronto se dividió entre los partidarios de La Calidad y los detractores de la misma. 

Pero allí donde gobernaban los Anacletos del mundo, esta división coincidía exactamente con la de partidarios y opositores del propio Anacleto. A favor de La Calidad estaban los consabidos perros de presa, los caballeros conmilitones y la mayoría de opinión secuestrada (véase El fracaso escolar... estadístico (I)). En contra, casi todos los que lograban mantener su independencia de criterio en ese ambiente hostil.

Muchos Anacletos no fueron eternos. Pongamos que uno de ellos fue ascendido a la categoría de Jefecillo General de Algo y dejó al mando del instituto a una especie de testaferro, por ejemplo, Ramiro, alias el siniestro. Naturalmente, la lealtad con el titular no necesariamente se mantiene con el testaferro. Puede suceder —y tal vez sucedió— que el exceso de burocracia que muchos estaban dispuestos a sufrir cuando estaba Anacleto, no fuera tan aceptable con otro. Comenzaron las quejas y primeras deserciones entre la mayoría secuestrada. Algunos reconocieron que nunca habían cumplido verdaderamente con los procesos de Calidad y que lo que hacían era darse un atracón al cabo de un mes, o así, cubriendo de golpe todo el papeleo que deberían haber cubierto a diario y que tenían atrasado, lo cual invalidaba de golpe todo el plan. Los perros de presa y los conmilitones más importantes mantuvieron prietas las filas, pero entre los demás fue una auténtica huida. La crisis y el enfrentamiento entre los cada vez más numerosos opositores a La Calidad y los cada vez más crispados partidarios, unida a alguna otra circunstancia, desembocó en la dimisión del testaferro.

El Jefecillo —a la sazón, defensor de La Calidad en la Comunidad Autónoma— tuvo otra genial ocurrencia. Ejerció su poder para imponer como director de ese instituto a ... —¡tachán!— uno de los principales opositores a La Calidad y a él mismo. Su declarado propósito era que se estrellara con la gestión. Pero, ¡oiga!, que si se estrella él, también se estrella el instituto. Pues eso, ¡los Anacletos somos así!

El director castigado entrante, en vista de que muchos partidarios de la cofradía le reprochaban haberse cargado La Calidad decidió facilitar a aquellos que lo desearan continuar con ella. Al cabo de un mes, nadie se acordó más de este engendro.

La sorpresa del director castigado fue la de constatar que la mayoría de documentos del Sistema de Gestión de Calidad (SGC) de la directiva anterior (la de Ramiro) estaban sin cubrir, incluyendo los correspondientes a Ramiro, como director y, también, como profesor de su materia. También estaban sin cubrir la mayoría de los documentos de la coordinadora del SGC, la caballera conmilitona Anastasia, alias gefa con g que había ascendido de gefa de departamento debido, supongo, a su extraordinaria calidad como docente. 

2 comentarios:

  1. Mi trabajo es completamente distinto y no tiene relevancia social, pero esto de la Calidad me acaba de recordar a la que se aplica donde me gano las lentejas. Mis ojos han visto ganar en varias ocasiones el premio mensual a un chaval cuyo trabajo nos daba miedo recibir, porque cumplía con todas las formalidades, sí, pero el contenido era nulo, el equivalente de un libro impreso en la mejor calidad y con los mejores materiales consistente en quinientas páginas de «lorem ipsum» en bucle. (Sé que no habla la envidia por mí, porque el chaval pertenecía a otro equipo y no competía con él.) En cuanto a mi Calidad, por suerte mis jefes directos tienen más sentido común y se fijan en el contenido de lo que hago, pero desde la «auditoría externa» me han requerido cosas como ampliar la firma de mis correos electrónicos con varias líneas más, entre ellas dos números de teléfono que ni voy a coger jamás porque no me corresponde, ni les van a servir a mis clientes, en su mayoría franceses e ingleses, porque son los teléfonos de los departamentos de Estados Unidos y Canadá.

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    1. Acabas de definir lo que está sucediendo en todas partes. Por suerte, el mundo de sostiene gracias a las excepciones que actúan como dices que lo hacen tus jefes.

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