Lo que sigue es una ficción que yo me imagino así:
Érase una vez en un instituto cualquiera de una ciudad cualquiera...
Anacleto es el típico profesor que se apunta a un bombardeo con tal de ser conocido, no vaya a ser que le pueda caer un carguito. Es lo que se llama un trepa. En efecto, durante los años ochenta y noventa mucha gente normal huía de los cargos como de la peste y, gracias a ello, Anacleto estuvo un montón de tiempo de director. Hombre de escasas luces, no da una prediciendo el futuro. Aseguró que la administración jamás autorizaría el cambio de uso de unas instalaciones para crear una biblioteca pocos meses antes de que tal biblioteca fuera creada. Vaticinó que el entonces llamado primer ciclo de la ESO permanecería indefinidamente en los colegios de Primaria el curso anterior a que se generalizara la presencia de ese ciclo en los institutos de Secundaria. Y todo así. Sin embargo, tiene cierto talento para predecir el pasado y, al modo orwelliano, reescribir su propia posición en ese pasado: «Ya dije yo que el primer ciclo vendría al instituto este curso», presumió.
Además de esta "virtud", tiene otras dos que le han ayudado a labrarse una carrera. La primera es que domina la política del cacique. Hace favores a los que le muestran adhesión inquebrantable y maltrata a los críticos. Con eso se creó una cohorte -y corte- de partidarios y adictos. La segunda "virtud" es un carácter agrio y verbalmente muy agresivo con el que suple su falta de argumentaciones coherentes y que intimida a todo aquel que le critica o propone cosas distintas a las que él trata de imponer. Hay que tener mucha paciencia y presencia de ánimo para aguantar sus ladridos una y otra vez. Ladridos amplificados por sus perros de presa, digamos, Álex -pequeño pero de músculos moldeados por años de gimnasio-, Filomena -permanentemente roja de ira- y Eustaquio -tosco exmilitar-; aplaudidos por sus caballeros conmilitones, digamos, Victorino -que se arrimó a la cofradía para protegerse de las consecuencias de su legendaria vagancia-, Roberto -experto en explicar lo que el jefe ya había explicado antes-, Ramiro -alias "el siniestro"-, Ubaldo -raza rubia galega y verbo rápido-, Manfredo -cagasentencias de voz profunda-, Benito -untuoso pelotillero-, Casimiro, Anastasia, Delmiro... y, lo peor, convalidados por el silencio cómplice de la mayoría de opinión secuestrada por el cacique, mezcla de estómagos agradecidos y cabezas aterrorizadas. Hace algún tiempo, un alumno quería preguntar por Anacleto y, al no recordar su nombre, dijo: «ese que está siempre enfadado». Naturalmente, todos supimos a quién se refería.
Pues, hete aquí que este personaje resultó ser nombrado Jefecillo General de Algo. Ni él ni sus partidarios salían de su asombro, así que decidieron celebrarlo por todo lo alto. Los perros de presa no fueron invitados, no fuera a ser que mordieran a alguien. Asistieron todos los caballeros conmilitones y algunos escogidos de la mayoría secuestrada, variedad estómagos agradecidos: Sonia, Lola, Julián ... . Cuando iban por el tercer gin-tonic ya arreglaban la educación de la comunidad, del país y del mundo. Benito, después de un breve eructo, comentó el fracaso que supone que la mayoría de los alumnos de bachillerato nocturno no acaben estos estudios en los dos años reglamentarios, sino en tres o más.
«Esto lo arreglo yo de un plumazo», dijo Anacleto tras un trago a su cuarto gin-tonic, lengua pastosa, ojos vidriosos y haciendo un barrido horizontal con su brazo derecho con la palma de la mano abierta. «En cuanto tome posesión, ordeno que la duración normal del bachillerato nocturno no sea de dos años sino de tres».
Ubaldo, un poco más listo que los demás, objetó: «¿Pero qué pasa con los que sí lo acaban en dos años?»
«Pues si yo digo que lo hagan en tres, lo hacen en tres por mis c******» respondió Anacleto alzando la voz y con las venas del cuello hinchadas. Todos los presentes miraron a Ubaldo reprobadoramente. ¡Se había atrevido a cuestionar al padre prior de la cofradía! ¡Qué escándalo!
«¡Claro, claro! Tienes razón», reculó Ubaldo bebiéndose el resto de su gin-tonic de un solo trago para ocultar su bochorno.
Como digo, todo es ficción, pero lo cierto es que en cierto período, cierto Jefecillo General de Algo ordenó repartir las asignaturas de primero y segundo de Bachillerato del régimen vespertino (nocturno) en tres cursos. No era voluntario, era obligatorio. Aquellos alumnos que terminaban el bachillerato en dos años, digamos un 30%, fueron obligados a hacerlo en tres. Quizá convenga aclarar que el perfil del alumnado de bachillerato nocturno incluía adultos trabajadores que disponían de poco tiempo para dedicar al estudio, otros procedían del régimen ordinario (diurno) después de agotar el número máximo de convocatorias en ese régimen. También había personas que habían quedado en paro y decidían continuar sus estudios abandonados anteriormente. Toda una casuística que explicaba el porqué de ese porcentaje tan bajo de "éxito".
Antes de este invento, un -digamos- 70% del alumnado terminaba el bachillerato en tres o más años. El fracaso escolar era, por tanto, de ese 70%. Con este invento, el 30% de alumnado que hubiera podido terminarlo en dos años, pasó a terminarlo en tres. A esta cantidad se añadió un -digamos- 50% de alumnos que antes ya lo acababan en tres años y ahora también. Por tanto, la cantidad total de alumnos que conseguían el título en el plazo reglamentario pasó del 30 al 80%. El fracaso escolar estadístico bajó del 70 al 20%. ¡De un plumazo!
¡Ah! Pero, ¿por qué no les dejamos hacerlo en dos a los que pueden? ¡Por mis c******!
Oye, pero es que algunas asignaturas de segundo y, por tanto, de selectividad las habrán dado no en el último año de estudios, sino en el penúltimo. Seguro que cuando vayan a la selectividad casi no se acuerdan y van en inferioridad de condiciones. ¡Que se j****! ¡O que vayan a clases particulares! Pero mira que es gente que, o bien no tiene tiempo, o bien no tiene dinero, o no tiene ni una ni otra cosa. ¡Pues entonces solo que se j****!
Ni que decir tiene que el malestar en la llamada comunidad educativa era enorme, salvo entre sus adictos. Esta medida, junto con otras de similar tenor autoritario le proporcionaron una merecida fama de indeseable.
Por suerte para la sociedad, este jefecillo duró un único mandato. Su sucesor revocó este invento en su primera semana de trabajo y poco a poco el jefecillo y su invento van quedando en el olvido como una borrosa pesadilla cada vez más lejana. Eso sí, a los alumnos que durante aquella época se vieron obligados a cursar un año más nadie les devolvió ese año ni les compensó por ello.
Cualquier parecido con personas y hechos reales es pura coincidencia... salvo alguna cosa.
Cualquier parecido con personas y hechos reales es pura coincidencia... salvo alguna cosa.
Pues será coincidencia pero he conocido a algún "Anacleto" y clavao !!!! Por suerte creo que en el asilo ya miran para otro lado y le dejan robar la página de pasatiempos del Faro; Quizás por eso hace tiempo que no se le ve su agria silueta ? Es para reir por no llorar.
ResponderEliminarSí, creo que hay muchos Anacletos. Y todos con su corte o cohorte.
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