miércoles, 10 de octubre de 2018

Objetivo: la nota

Una de las más claras perversiones que ha sufrido el sistema educativo, en mi opinión, está relacionada con lo que trato en los artículos anteriores -El fracaso escolar estadístico I y II-. Se trata de la santificación de la nota como objetivo único de la enseñanza. La nota deja de ser una consecuencia del proceso, una expresión notarial de las capacidades, conocimientos, destrezas y competencias alcanzadas o no y pasa a ser, como digo, un objetivo en sí mismo. El proceso de enseñanza y aprendizaje, complejo, sin duda, pasa a ser juzgado únicamente por la nota. Si un alumno obtiene un ocho, un nueve o un diez, el profesor y el alumno han trabajado bien. Si por el contrario, obtiene un tres o un dos o un uno, probablemente el profesor es culpable. Como en todo, en estos tiempos, se pierden los matices.

En el límite, muchos padres y madres y, con ellos, inspectores, orientadores, autoridades y directores, toman la nota como única referencia y objetivo. Todo profesor cuyas notas sean más bajas que las que estos colectivos consideran adecuadas, tendrá problemas. Sin embargo, aquel profesor que ponga notas correctas, aunque sea un perfecto incompetente, será bien considerado. Como somos, también, seres humanos y, por tanto, con una capacidad limitada de sufrimiento y aspiramos a tener la menor cantidad de dificultades posible, muchos acaban falseando las notas, poniendo regularmente calificaciones más altas de las objetivamente justas, como única forma de quitarse de encima la presión de padres, madres, orientadores, inspectores...

Se oye con frecuencia el tópico de que cuando en una clase suspenden más del 40 o del 50 o lo que sea, por ciento, la culpa es del profesor. Nótese la palabra culpa, es muy indicativa del talante de quienes suelen decirlo. Por contra, nunca he oído la más leve crítica si una clase tiene un 80%, no de aprobados, sino de sobresalientes, cuando tal clase no es especialmente brillante. El profesor que pone esas notas, incluso, estará muy orgulloso de ponerlas. Yo creo que en aquel caso -el del 50% de suspensos-, en primer lugar, el profesor es un valiente y, en segundo lugar, tenemos -TENEMOS, todos tenemos- un problema. Conviene sentarse, analizarlo, reflexionar y adoptar medidas educativas para tratar de solucionar ese problema. Sin embargo, muchas veces sucede que este profesor sufre tal campaña de descrédito y acoso que aprenderá a que esto no le suceda nunca más. En la próxima evaluación las notas habrán mejorado, no por la aplicación de medidas educativas, sino como estrategia de supervivencia del profesor. Todos, especialmente los alumnos y sus madres y padres, se quedarán contentos y el problema no se habrá solucionado, solo se habrá ocultado. De propina hemos ganado un profesor desencantado más. La comunidad educativa -como se dice ahora- no espera de ti que enseñes bien Física o Matemáticas o Inglés, solo que sepas elegir la tecla del ocho o del nueve cuando pongas las notas.

Puede parecer que exagero, naturalmente estoy señalando la perversión máxima a que se llega, pero esta perversión no es infrecuente. Todo el profesorado tendrá su colección de pruebas. Os cuento algunas de las mías:

En cierto instituto de cierta ciudad se daban unas condiciones de contexto que hacían que muchos alumnos tuvieran un nivel sobresaliente de Inglés. Lógicamente en esa asignatura obtenían muy elevadas calificaciones. No sin humor, una profesora no les corregía un fallo generalizado de pronunciación motivado por contaminación lingüística del habla de la zona. «Déjalos», decía, «para una cosa que dicen mal...». En el resto de las materias eran normalitos con apuros. El caso es que su brillantez en Inglés ejercía de tirón en el resto de las asignaturas y las notas subían y subían. Una profesora nueva en el instituto se presentó en la primera evaluación con unas notas normalitas y, en seguida, fue presionada por el resto de los compañeros, capitaneados por el jefe de estudios y el profesor de Inglés. 
«Tienes que cambiar esas notas. Son injustas. Tienes que subirlas», le decían.
«¿Por qué?»
«Porque son alumnos excelentes».
«En mi asignatura no son excelentes. ¿Por qué creéis que son excelentes?»
«Porque sacan buenas notas».

En otro instituto, un profesor de una asignatura de habitual porcentaje elevado de suspensos era de los pocos que ejercía de oposición del equipo directivo de entonces. El director tenía una pública y notoria animadversión hacia este profesor. Se daba la circunstancia de que este profesor presentaba un perfil que, en opinión de muchos, lo invalidaba como docente. Tenía ciertos problemas graves de carácter personal. Estos problemas muy bien podrían haber sido objeto de inspección y expediente. El director logró quitárselo de encima mediante sanción administrativa. ¿Por sus problemas personales? No. A raíz de un expediente abierto por la inspección tras una queja de padres y madres por las bajas notas. Tras la queja de padres y madres, naturalmente, estaba la mano del director.

El celebérrimo Delmiro, citado en un post anterior reprochaba airadamente, con su estilo bronco cargado de palabras gruesas, a otro profesor las bajas calificaciones que había otorgado a los alumnos de 2º de Bachillerato.
«Les haces una pu****»,  decía. «Por tu culpa, a lo mejor, no pueden hacer la carrera que quieren».
«Les he puesto las notas que creo que se merecen. Además son bastante buenas; los que van a la selectividad tienen una media de casi un siete», se defendía el agredido.
Pocos días después se publicaron las notas de selectividad.
«Tenías razón, les he puesto notas un poco bajas», admitió el ofendido. «En la selectividad han sacado una media de casi ocho. Creo que tenía margen para subir un poco las notas. Sin embargo, en tu asignatura iban con casi un nueve de media y en la prueba de acceso a la Universidad tienen menos de tres. Eso sí que es una pu****. Ponerles un nueve y que no sepan ni para un tres. Por culpa de actitudes como la tuya han suspendido la selectividad. O la habrían suspendido si todos hubiéramos hecho como tú». Ni que decir tiene que Delmiro no tenía problemas con los padres y madres y el otro protagonista de la historia, sí.

El caso simétrico, el de que un profesor reciba quejas por enseñar poco a pesar de sus buenas calificaciones solo lo he visto una vez. Cierta promoción de segundo de bachillerato se quejó de una profesora que, en su opinión, pecaba de esto. Estaban preocupados por su rendimiento en la ABAU -Prueba de Acceso a la Universidad- a pesar de que las notas en esa materia eran elevadas. Coinciden tres aspectos de importancia. Uno, que tenían razón. Dos, que a esa promoción pertenecían dos alumnos que sin duda se cuentan entre los diez mejores que he tenido en toda mi carrera profesional de casi 40 años. Y, tres, que la queja partió de los alumnos, no de sus padres y madres.

Los profesores que han corregido pruebas de selectividad saben que deben otorgar unas calificaciones que se ajusten estadísticamente a cierto patrón. Tantos sobresalientes, tantos notables, tantos aprobados, etcétera. Más les vale no desviarse significativamente.

Hay, no obstante, alguna situación excepcional -excepcional, digo- en que está justificado subir las notas por encima de los merecimientos estrictos. Ciertos alumnos procedentes de entornos sociales, económicos o culturales desfavorecidos suelen tener una baja autoestima. En etapas bien tempranas empiezan a tener dificultades de aprendizaje que no tienen más explicación que esta: se sienten derrotados y desmotivados. No solo ante su futuro escolar, sino ante su futuro en general. En estos casos funciona como elemento motivador el obtener una buena nota. Debe hacerse de modo que no parezca que se está haciendo tal cosa -el subirle la nota-. Y no debe hacerse generalizadamente a toda la clase, solo a los alumnos que cumplan la premisa y cuidando que no se den agravios comparativos. Y debe hacerse a principio de curso. O sea, debe hacerse con muchísimo cuidado. Nada que ver con la actitud genérica que critico.

5 comentarios:

  1. En algún momento, has de publicar tus memorias completas como profesor. Me parecen interesantísimas.

    Lo de subir la nota para mejorar la autoestima, ¿te daba resultado? ¿Tienes algún ejemplo? Igual podías contarlo en una entrada.

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    1. Como digo, tenía un efecto beneficioso. Ese efecto duraba más o menos según los casos. En los casos en que aplicaba esta estrategia había que acompañar con alguna medida posterior para mantener la motivación.

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  2. Muy ilustrativo blog!
    Me parece que España es un mal ejemplo de cómo se debe educar, como reflejas aquí.
    Consuelo para tontos: en EE. UU., donde la educación de calidad se da solo para muy selectas élites, tuve la oportunidad de ver un examen para profesores de enseñanza media -profesores- en el que que figuraba la siguiente pregunta de Matemáticas:
    Cuál es la solución de la siguiente ecuación?
    x2 - 2x +1 = 0
    a) x= -1
    b) x = 1
    c) x = 2
    O sea, ni siquiera el profesor -ya no los alumnos- tenían que saber resolver ecuaciones de segundo grado, algo elemental en la ESO.
    Lo de ayudar a gente con menos recursos (último párrafo) me parece fundamental.

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  3. A mí no me pasó, pero muuuuchas veces oí lo de «podías haber aprobado pero te puse un 4 para que te espabiles en la próxima evaluación». Pocas cosas se me ocurren tan desmotivadoras y «desespabilantes».

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    1. Pues yo, en toda mi 'carrera' de alumno, no oí nunca eso; sí oí 'te podría haber aprobado', es decir, suspendes pero podría darte un aprobado regalado, pero en este caso no. Solo una vez vi que suspendieran a los alumnos injustamente, una vez que hubo un conflicto con los de 3o de BUP en un colegio religioso de Vigo.
      Chilo

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