domingo, 1 de noviembre de 2020

La escuela no es un parque de atracciones

Este es el título de la última obra ─la primera edición es de marzo de 2020─  de Gregorio Luri, filósofo y pedagogo. El subtítulo aclara: «Una defensa del conocimiento poderoso». Ya he citado otras veces a Luri. Conviene saber que ha sido maestro de primaria, profesor de secundaria y de universidad. La obra es una defensa de la pedagogía basada en el conocimiento frente a las supuestas innovaciones pedagógicas modernas.

Desde su punto de vista, el objetivo de una buena educación es «reducir en el menor tiempo posible la distancia entre la ignorancia y el conocimiento poderoso», frente a la concepción actual basada en que el alumno construya su propio conocimiento a partir de sus intereses y mediante tareas que, presuntamente, fomentan la creatividad, el descubrimiento y el espíritu crítico. Directamente, considera este planteamiento un fracaso y un fraude. Su posición es ciertamente polémica y chocará con las ideas o las experiencias de muchos profesores. Precisamente por eso hay que leerlo, si alardeamos de espíritu crítico. No os sorprenderá que yo esté de acuerdo con gran parte de lo que dice. Muchas de las ideas que defiende en su obra coinciden notablemente con las que yo vengo exponiendo en este blog. Solo que él escribe mejor. 

Entre otras cosas, señala que el conocimiento es un derecho de todos los alumnos. Estos necesitan buenos profesores y no pedagogos románticos. Los estudiantes procedentes de entornos más desfavorecidos sufren más la situación actual de la escuela. Los niños ricos, dice, tienen otras posibilidades aparte de la escuela. Al igual que yo, defiende la memoria como una capacidad y herramienta imprescindible en la educación. Es más, no es posible no usar la memoria. No cabe ningún tipo de aprendizaje, ni de competencias ni de conocimientos, que no utilice la memoria. Dos tipos de memoria, de hecho, la memoria de trabajo y la memoria a largo plazo. A la habitual crítica de que hoy en día la información está en internet y lo que importa no es el conocimiento sino el uso de ese conocimiento en forma de competencias, responde que en internet no hay conocimiento, sino datos. Es el proceso de esos datos, que corresponde al alumno entrenado, lo que los convierte en conocimiento. Dicen los defensores de la pedagogía antimemorística que si alguien necesita la fecha de nacimiento de Mozart, la podrá obtener en segundos en su dispositivo electrónico. A esto, él y yo, ─discúlpeseme la vanidad─ respondemos que para ello hacen falta dos requisitos previos que solo proporciona una educación basada en el conocimiento poderoso: primero, saber que existe Mozart; segundo, tener interés en Mozart.

Defiende que para que el trabajo escolar sea de provecho se necesita cierto grado de disciplina. Todos sabemos, o creo yo que debemos saber, que el ruido y el desorden no crean el mejor ambiente de trabajo. «Hoy en día es más fácil encontrar a un profesor angustiado delante de un grupo de alumnos caprichosos que a un alumno angustiado delante de un profesor autoritario». Amén. Otra cosa es que el profesor quiera reconocerlo. «Yo no tengo ningún problema», dicen muchos y mienten. Tienen tanto o más miedo a la falta de apoyo de directivas y padres que al grupo conflictivo en sí. Temen quedar en evidencia como malos profesores incapaces de motivar a sus alumnos.

Una anécdota  propia ilustra, a mi entender, la situación a que se ha llegado en este asunto. Siendo yo director, tuve conocimiento de que un grupo de alumnos se dedicaba a burlarse y ofender gravemente en sus redes sociales a cierta profesora de carácter, digamos, débil. En aquella época muchos alumnos no acababan de entender que todo aquello que publicaban en internet dejaba de ser privado y se convertía en público. Eventualmente, podrían estar cometiendo un delito. Naturalmente, intervine en defensa de la profesora logrando que borraran esos comentarios. Antes de decidir abrir un expediente o hacer una propuesta de sanción, consulté con la profesora implicada y esta me pidió, al borde del llanto, que no hiciera nada. Tenía pánico a que el caso trascendiera más allá del círculo de alumnos implicados. El hecho de que los comentarios hubieran estado ya cierto tiempo en abierto en la red, pudiendo haber llegado a un público amplio, no la hizo cambiar de idea.

Luri defiende, también, los deberes. Cita el informe PISA de 2018. «La evidencia muestra que hay una relación positiva entre la realización de tareas escolares en casa y el rendimiento académico». Idea que califica de obviedad. Otra cita demoledora para los defensores de la metodología presuntamente innovadora frente a la basada en el conocimiento: «Solo el 8,7% de los jóvenes españoles saben distinguir entre un dato y una opinión». Hablando de innovadores, sostiene que el 55,7% de los innovadores de verdad tienen un doctorado. Es decir, una larga trayectoria de trabajo y esfuerzo.

En los primeros informes PISA, el campeón europeo fue Finlandia. En los últimos años, este país ha entrado en un continuado declive. El nuevo campeón es Estonia. Casualmente, Finlandia ha hecho evolucionar su sistema educativo para alcanzar «una escuela activa, experiencial (sic), lúdica, creativa y centrada en el alumno»  frente a un modelo más centrado en la autodisciplina y el conocimiento, propio de los países orientales y que, mira por dónde, es el preferido por Estonia.

En general, Luri desconfía de la innovación por la innovación. Sostiene que estas se van sucediendo sin dejar apenas poso. Su metodología ideal es aquella en que el profesor dirige el proceso de aprendizaje, recibe continuamente retroalimentación ─él díce feedback─ del alumnado y el error tiene un importante uso pedagógico. Según él, esto es la evaluación continua de toda la vida. Yo he utilizado la mayoría de las innovaciones de las que me he enterado, clase invertida ─flipped classroom, por usar el anglicismo─ aprendizaje basado en juegos ─gamificación─, aprendizaje por proyectos, interpretación de papeles en juegos de debate, aprendizaje por descubrimiento, etc. De acuerdo con mi experiencia, estas metodologías sirven en algunos niveles y no en otros. Y, sobre todo, son útiles cuando son novedosas. Es decir, se benefician del hecho de romper la rutina habitual, pero su rentabilidad decae cuando ellas mismas se convierten en rutina. Además, su utilidad es mayor en términos de motivación que en términos de rendimiento o mejora del aprendizaje. 

Termino con algo que el autor cuenta más bien al principio del libro, pero que para mí resume dónde estamos unos y otros. Un secretario de estado de Educación, en una conferencia, dice que los profesores están tan metidos en su papel de Hamlet que no se han dado cuenta de que les han cambiado el decorado y que, en lugar del castillo de Elsinor, tienen un McDonalds. Los asistentes asienten entusiasmados. Hamlet apesta, piensan. Luri se pregunta, ¿hay más vida en un restaurante de comida rápida que en Hamlet? ¿A qué van los niños a la escuela, a encontrar el camino hasta Shakespeare o hasta una hamburguesería? Por cierto, que pueden parar a tomar una hamburguesa de camino a Elsinor. Pero Hamlet representa una sensibilidad lingüística, psicológica, estética y moral que no se encuentra en un fast-food. De nuevo, amén.

Aunque sea para no estar de acuerdo, es una lectura imprescindible.


3 comentarios:

  1. Interesantísimo, Jose.
    Ya va cayendo la falacia. El esfuerzo no es de fachas.
    Muchas gracias.

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  2. Gracias a tí por participar.
    Alguna vez dedicaré una entrada a los errores de la izquierda desde la autoridad de un viejo rojo irredento y casposo socialcomunista.

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