jueves, 9 de mayo de 2019

Trol

Para mí como, supongo, para mucha gente, la palabra trol significó durante años algo parecido a ogro. Se trata de un ser propio de los cuentos infantiles, generalmente maligno. La palabra procede del noruego. Así lo recoge el diccionario de la RAE:




trol

Del noruego troll 'ser sobrenatural'.

1. m. En la mitología escandinavamonstruo maligno que habita en bosques o grutas.

Posteriormente, de forma más específica, trol fue el de El señor de los Anillos, grande, fuerte y de muy escasa inteligencia.

Hoy en día, la mayor parte de los jóvenes, sobre todo, entenderán por trol el propio de internet: aquella persona que en foros o redes sociales introduce comentarios agresivos, insultantes o con información falsa o irrelevante con ánimo de molestar o de dificultar o impedir o desviar la conversación. Según varias versiones, incluyendo la bastante fiable FUNDEU —Fundación del español urgente—, en esta acepción, la palabra no viene del término noruego, sino del inglés to troll —pescar con cebo— que dio lugar al verbo trolear, con el significado de engañar o poner un cebo en las conversaciones de internet y, posteriormente, al nombre trol para la persona que practica esa acción. La coincidencia con el monstruo maligno es afortunada y pertinente. También es afortunada la coincidencia con el término coloquial trola, para engaño o historia falsa, que usábamos de niños y que hace tiempo que no oigo.

Para muchas, tal vez demasiadas, personas el troleo es la forma natural de expresarse en foros y redes sociales. Padecen lo que he llamado en algún artículo anterior la dualidad paradójica. Su comportamiento es más o menos normal o neutro en la vida real y se transforma en trol en la vida virtual. No ve contradicción en ello, sencillamente las cosas son así. No es algo específico del mundo escolar, sucede en todos los ámbitos. Es muy ilustrativo de lo que quiero decir un caso al que asistí de cerca. Hace unos diez o doce años, un compañero del instituto y yo creamos y administramos —implementamos, se diría ahora— una red social con el objetivo principal de animar a la lectura entre nuestros alumnos. La red estaba restringida a profesorado y alumnado del instituto. Todos los miembros tenían su muro o perfil, podían crear foros de discusión o blogs, escribir en el muro de los otros miembros y subir archivos de texto, imagen, vídeo o audio. Las condiciones eran las siguientes: los contenidos debían ser, en sentido amplio, de carácter escolar o cultural: cine, música, literatura,... y las formas debían ser correctas en dos sentidos. Por un lado, correctas desde el punto de vista lingüístico, en castellano o en gallego, y por otra, con respeto a los demás, evitándose todo tipo de insulto o grosería. Pues bien, dos o tres alumnos fueron expulsados de la red por sus agresiones verbales a otros compañeros. Sus comentarios estaban plagados de insultos y otras groserías. Lo llamativo es que, por un lado, fuera de la red eran más o menos normales y, por otro, por mucho que les explicamos que ese comportamiento era intolerable en la red, no lo entendían. Estaban acostumbrados a que el insulto, la agresión era la manera adecuada de expresarse en las redes sociales y no les parecía razón suficiente para ser apartado de esta.

Aprecio una evolución social que consiste en trasladar el comportamiento virtual que he descrito a la vida oficial e incluso profesional. Personas que en su ámbito más familiar o privado son medianamente educadas, se convierten en trols en el ámbito público. En parte, esto se debe a que el ámbito público cada vez se desarrolla más en las redes. Hoy día, por ejemplo, la mayor parte de las declaraciones de los políticos es a través de twitter o facebook. En uno de los debates de la pasada campaña electoral los participantes se atizaron cera con todo tipo de improperios que, en el patio del colegio o en el barrio, nos hubiera llevado a arreglar las cosas a puñetazos. Cuando el debate terminó pero las cámaras siguieron filmando, dos de los políticos, situados en extremos ideológicos opuestos, charlaron animada y amistosamente mientras el comentarista explicaba que su relación personal era muy buena. Y al comentarista eso le parecía una buena noticia: que dos personas que se insultaron gravemente, en realidad se lleven bien. A mí me deprime que dos personas que se llevan bien no sean capaces de debatir civilizadamente.

Los que leéis estas líneas y sois profesores habréis asistido a reuniones del claustro o algún otro órgano en la que vuelan los navajazos verbales entre compañeros que luego, tal vez, vayan a cenar juntos para celebrar el comienzo o el final del curso o una jubilación. Navajazos verbales o también adornos del tipo: «esto es impresentable», o «esto es lo más grave que ha sucedido en este instituto» para afearle a otro profesor su propuesta de pintar de verde y no de blanco la puerta de algún despacho.

Ya he comentado la tendencia social a encontrar la solución de todos los males en la creación de alguna asignatura, obligatoria u optativa, o bien, en la introducción de contenidos transversales: Violencia y estereotipos de género, educación vial, negación del Holocausto, educación para la ciudadanía,... todos son intentos de remediar algún asunto de gravedad desde las edades más tempranas. Eso está bien. Pero lo que no está bien es encomendar el problema solo al sistema educativo. Si no avanza la sociedad en paralelo a la escuela, nada se logra. Actuará la dualidad paradójica. Un alumno comprenderá el Holocausto y estará sensibilizado dentro del instituto y será un antisemita y negacionista fuera siempre que su ambiente familiar o social lo sea. Lo mismo sucede con el machismo y, desde luego con el comportamiento en redes. La escuela trasmite valores y, dentro de la escuela ha habido reflexión profunda sobre qué valores se han de transmitir. Las sucesivas leyes educativas han ido perfilando el qué y el cómo. Como son valores, en general, impecables, el profesorado se aplica en la tarea. Pero para un adolescente existen muchos modelos de comportamiento: sus padres, sus amigos, los héroes deportivos, los periodistas y los políticos, etc. O bien estos dan un mensaje coherente o no hay nada que hacer.

Suponiendo que fuera posible alcanzar esa coherencia —no os riais— imprescindible para todo el proceso educativo, sí hay un tipo de actividad que habría que desarrollar con más frecuencia que la que yo he visto: el debate y la oratoria. No estoy inventando nada. Forman parte de la batería de actividades que se pueden aplicar y, muchos profesores ya  lo hacen. Creo que trabajar el debate mediante torneos, por ejemplo, en que cada grupo de alumnos tuvieran que defender posturas que no fueran las suyas, sería muy educativa para mejorar realmente la empatía y el respeto a los demás. Es aplicable a cualquier materia. Creo que se aprendería algo que no parece estar muy claro entre la población: la diferencia entre una opinión y una creencia. O dicho de otra manera, una convicción basada en la argumentación frente a una convicción basada en la iluminación. Cuando se establece un debate, este debe ser sobre argumentos no sobre creencias. Si uno está acostumbrado a desarrollar razones y argumentos, no necesitará llamar traidor o tonto o felón o decir que tiene las manos manchadas a su oponente.

En cuanto a la oratoria, olvidada por antigua en la vida escolar, tal vez remediaría o ayudaría a remediar la pobreza de la expresión de los españoles en general. Todos habréis notado lo bien que se expresan los latinoamericanos.¿no? Para mí, la pobreza expresiva es indistinguible de la pobreza de pensamiento. Trabajar la una es mejorar la otra.

«Profe, lo sé pero no sé explicarlo». Falso, si no se sabe explicar es porque no se ha comprendido adecuadamente.

«Fulanito, si vas en un ascensor que sube, ¿pesas más o pesas menos?» «O sea... no... si... en plan... ¿sabes?...pesar pesas menos pero pesas igual»

Creo que solo se puede tener claridad de ideas si se dispone de las herramientas lingüísticas que permitan expresar esas ideas. El debate y la oratoria, en mi opinión, mejorarían la seguridad en el propio razonamiento y en las opiniones propias y la autoestima y permitirían reducir la necesidad de vencer en el debate o en la conversación virtual a base de troleo.

2 comentarios:

  1. «Todos habréis notado lo bien que se expresan los latinoamericanos, ¿no?»

    No sé a qué latinoamericanos conoces tú, serán miembros de la ASALE, pero actualmente mi círculo de amistades y de compañeros de trabajo está formado mayormente por latinoamericanos, y son bellísimas personas pero no se puede decir lo mismo de su lenguaje, desde luego. Huelga decir que no me refiero a los dialectalismos, eso es riqueza y variedad; me refiero a anglicismos absurdos, ortografía desconcertante y, en muchos casos, una pobreza expresiva horrorosa. Si les digo que lo que dicen lleva a confusión («ya te lo envío» no es lo mismo que «¿ya te lo envió?», y al mismo tiempo son tan similares que el contexto no siempre ayuda) me llaman pesado y me mandan a tomar viento...

    Que habrá de todo, por supuesto, pero desde luego tu experiencia y la mía son opuestas.

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    1. Habrá de todo, claro
      A lo mejor las cosas han cambiado, pero hubo un tiempo en que los latinoamericanos llamaban la atención por la riqueza y precisión de su forma de expresarse.

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