Las del título son expresiones que se oyen con mucha frecuencia. Más la primera que la segunda. En el mejor de los casos se utilizan para hacerse perdonar leves carencias; en el peor, para enmascarar una actitud de falta de curiosidad, un desprecio por los saberes que no nos son propios o una grave ignorancia.
Es la actitud de ese profesor de Lengua o de Inglés que debe calcular el porcentaje de suspensos de su asignatura y dice que no sabe porque es de letras. O la de ese compañero de cena que declina dividir la cuenta entre todos los comensales porque "yo es que soy de letras". Simétricamente, el ingeniero que escribe "extructura" y cuando se le advierte se disculpa porque es de ciencias o el profesor de Física que no pone ninguna tilde porque "yo es que soy de ciencias".
He dicho que me parece más frecuente la primera que la segunda. En el ámbito del periodismo radiofónico, televisivo o escrito, auténtico vivero de gazapos, errores y barbaridades, se extienden todo tipo de vicios, pero, mayoritariamente, se afean los lingüísticos y se perdonan o se relativizan los matemáticos o científicos. Diversas cadenas de radio tienen programas o secciones dedicadas a los fallos en el uso de ciertos términos o expresiones: preveyó, pienso de qué, eso no me compite, ... En diarios escritos hay o hubo extraordinarios articulistas denunciantes de estos fallos o vicios. El más célebre fue don Fernando Lázaro Carreter y su excelente y añorada columna "El dardo en la palabra", primero en ABC y luego en El País. En los mismos diarios es muy habitual la presencia de cartas al director señalando alguno de estos errores. La verdad es que ni secciones, ni columnas, ni cartas parecen tener mucho éxito, los vicios continúan. Y aumentan: el periodismo deportivo, tan dinámico él, aporta cada día alguna innovación: fulano corre por banda; mengano dispara con pierna derecha; perengano se rompió el ligamento de su rodilla izquierda; este equipo, en un auténtico auto de fe, logró remontar; zutano recoge el rechace...
Por contra, casi nunca he visto una sección, columna o carta dedicada a corregir algún error de bulto matemático o científico. Yo mismo he escrito varias cartas en ese sentido que no fueron publicadas. Hace años, una conocida periodista radiofónica viguesa zanjaba su ignorancia sobre si un delfín es un pez o no —ella creía que sí, como demuestra el hecho indiscutible de que vive en el mar— con un desdeñoso «¡a quién le importa, qué más da!». Durante una época mantuve el reto con mis alumnos de comprobar que todo artículo periodístico que incluyera números, contenía algún fallo Y si esos números eran porcentajes, siempre, repito, siempre, había algún error. Por ejemplo: un diario informaba de que el 12% de los hombres fuma, mientras que solo el 10% de las mujeres lo hace, es decir el 22% de la población en total, tal cual. Otro diario contaba que cierto partido había obtenido, digamos 800 000 votos, un 35% del censo, mientras que otro partido había obtenido 200 000 votos, es decir, un 30% del censo. Ninguno de esos periódicos publicó una carta al director, una columna de opinión, ni siquiera una fe de erratas corrigiendo los fallos. El insigne escritor Eduardo Mendoza escribió hace años un artículo sobre la importancia de las humanidades y el poco interés de las ciencias. El conocido periodista Andrés Aberasturi defiende a menudo la inutilidad de saber hacer raíces cuadradas y otras operaciones.
En mi etapa como sindicalista pude ver como se elegía para la comisión de escrutinios del congreso gallego de la federación de la enseñanza de mi sindicato a una persona. La única función de ese puesto es contar los votos de las muchas votaciones que se realizan en el congreso y dar los resultados en porcentajes. Después de agradecer los aplausos, esa persona —profesora de instituto— se dirigió a mí discretamente para que le explicara cómo se calculan los porcentajes. No sé qué me escandalizó más: que una profesora no supiera calcular porcentajes, que el sindicato nombrara a alguien sin asegurarse de que valía para el puesto o que la persona no renunciara inmediatamente al nombramiento.
Algún tiempo después, un sindicato rival publicó en su boletín informativo un artículo sobre la pérdida de poder adquisitivo de los salarios. En una columna ponían los índices de coste de la vida (IPC, inflación) y en la columna de al lado, las subidas de salario. Estas últimas eran casi siempre menores que las anteriores. Hasta ahí todo bien. Como se sabe, tanto el IPC como las subidas de salario son porcentajes sobre el dato del año anterior. Como conclusión del estudio, sumaban ambas columnas para argumentar cuánto se había perdido. Escribí un artículo en tono festivo burlándome de que en ese sindicato no sabían calcular porcentajes. Mi artículo fue recibido por mis compañeros con cara de póquer y no con el entusiasmo que yo esperaba. Me quedé desconcertado hasta que averigüé que ellos calculaban esa diferencia del mismo modo y así lo habían publicado en otras ocasiones en nuestro propio boletín. Creo que ahí empezó mi desencanto con la acción sindical.
La capacidad para hablar y escribir con un mínimo de corrección, poniendo en su sitio la mayoría de las bes, de las uves, de las ges, de las jotas y de las tildes; el conocimiento aproximado de la historia de España y de Europa, al menos; lo mismo respecto a la geografía y cierta habilidad matemática que te permita hacer y, sobre todo, estimar, operaciones sencillas, forman el núcleo de lo que debe ser considerado educación básica. En España, formalmente, la Educación Básica está constituida por la Educación Primaria (EP) y por la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Diez cursos en total: seis de EP y cuatro de ESO, cursados normalmente de los siete a los dieciséis años de edad. Aparte de básica es común y obligatoria para todos los niños. Debería ser más que suficiente. Nuevamente estamos ante un fracaso del sistema educativo y, muy especialmente, de la ESO.
No creo que estos males hayan comenzado con la ESO, pero, al menos, este sistema actual no ha hecho nada por mejorarlos e, incluso, han empeorado. La formación básica de la mayoría de los españoles se ha degradado en los últimos tiempos.
En mi opinión, hay que separar lo común de lo básico y de lo obligatorio. Creo que como formación común —la misma para todo el alumnado en las mismas aulas y con el mismo currículo, salvo alguna optatividad— es suficiente con ocho años, desde los siete hasta los catorce, llámense estos Educación Primaria o parte Primaria y otra parte Secundaria. El objetivo principal de estos ocho años sería alcanzar esas habilidades básicas.
La Enseñanza Obligatoria debería extenderse hasta los dieciocho de edad, pero contemplando diferentes posibilidades. Es, en parte, el modelo portugués o el alemán. Los portugueses llaman a las diferentes vías de la Educación Secundaria Cursos Generales, Cursos Artísticos, Cursos Tecnológicos y Cursos Profesionales. En mi opinión, esta sería una etapa de cuatro años, desde los quince hasta los dieciocho. En este esquema, o en otro por el estilo, la educación básica continua por el sencillo procedimiento de incluir en todas las vías de esta etapa, el estudio de la Lengua, la Historia, la Geografía, las Matemáticas y algo de Ciencia.
Para definir qué es formación básica es fundamental desligarse de ataduras corporativas. No se trata de contentar a los distintos colectivos profesionales: los profesores de Historia, los de Filosofía, los de Música, los de Tecnología o los de Química. Creo que en esto han caído las leyes de Educación recientes. La ley actual define como materias troncales —vale decir, básicas— la Lengua Española y la de la Comunidad, la Lengua Extranjera, la Historia, la Geografía, las Matemáticas y las Ciencias Naturales —aviso para los de letras: las Ciencias Naturales son la Física, la Química, la Biología y la Geología—, pero luego se contradice a sí misma introduciendo una enorme cantidad de materias que compiten con las troncales y les restan tiempo.
Por la parte que me toca: creo que hay pocas cosas de Física y de Química que sean realmente básicas, es decir, que toda persona medianamente formada deba conocer. Una de ellas es el hecho de que la materia se compone de átomos y de moléculas; que los átomos diferentes son más bien pocos y que los más abundantes, todavía menos. Puede que sea importante conocer de dónde se obtiene la ingente cantidad de energía que consumimos en la vida moderna, así como tener algún conocimiento sobre la electricidad, el uso del Sistema Internacional de Unidades y del Sistema Métrico Decimal y poco más. Pero estoy convencido de que a un niño de trece años no le hace ninguna falta saber calcular el tiempo que tardará en recorrer cierta distancia un móvil que lleva una aceleración de tantos metros por segundo al cuadrado. Y esto por mucho que disfracemos el móvil con el ropaje del último héroe de las carreras de motos. Creo que todos deberían hacer una reflexión similar.
Es la actitud de ese profesor de Lengua o de Inglés que debe calcular el porcentaje de suspensos de su asignatura y dice que no sabe porque es de letras. O la de ese compañero de cena que declina dividir la cuenta entre todos los comensales porque "yo es que soy de letras". Simétricamente, el ingeniero que escribe "extructura" y cuando se le advierte se disculpa porque es de ciencias o el profesor de Física que no pone ninguna tilde porque "yo es que soy de ciencias".
He dicho que me parece más frecuente la primera que la segunda. En el ámbito del periodismo radiofónico, televisivo o escrito, auténtico vivero de gazapos, errores y barbaridades, se extienden todo tipo de vicios, pero, mayoritariamente, se afean los lingüísticos y se perdonan o se relativizan los matemáticos o científicos. Diversas cadenas de radio tienen programas o secciones dedicadas a los fallos en el uso de ciertos términos o expresiones: preveyó, pienso de qué, eso no me compite, ... En diarios escritos hay o hubo extraordinarios articulistas denunciantes de estos fallos o vicios. El más célebre fue don Fernando Lázaro Carreter y su excelente y añorada columna "El dardo en la palabra", primero en ABC y luego en El País. En los mismos diarios es muy habitual la presencia de cartas al director señalando alguno de estos errores. La verdad es que ni secciones, ni columnas, ni cartas parecen tener mucho éxito, los vicios continúan. Y aumentan: el periodismo deportivo, tan dinámico él, aporta cada día alguna innovación: fulano corre por banda; mengano dispara con pierna derecha; perengano se rompió el ligamento de su rodilla izquierda; este equipo, en un auténtico auto de fe, logró remontar; zutano recoge el rechace...
Por contra, casi nunca he visto una sección, columna o carta dedicada a corregir algún error de bulto matemático o científico. Yo mismo he escrito varias cartas en ese sentido que no fueron publicadas. Hace años, una conocida periodista radiofónica viguesa zanjaba su ignorancia sobre si un delfín es un pez o no —ella creía que sí, como demuestra el hecho indiscutible de que vive en el mar— con un desdeñoso «¡a quién le importa, qué más da!». Durante una época mantuve el reto con mis alumnos de comprobar que todo artículo periodístico que incluyera números, contenía algún fallo Y si esos números eran porcentajes, siempre, repito, siempre, había algún error. Por ejemplo: un diario informaba de que el 12% de los hombres fuma, mientras que solo el 10% de las mujeres lo hace, es decir el 22% de la población en total, tal cual. Otro diario contaba que cierto partido había obtenido, digamos 800 000 votos, un 35% del censo, mientras que otro partido había obtenido 200 000 votos, es decir, un 30% del censo. Ninguno de esos periódicos publicó una carta al director, una columna de opinión, ni siquiera una fe de erratas corrigiendo los fallos. El insigne escritor Eduardo Mendoza escribió hace años un artículo sobre la importancia de las humanidades y el poco interés de las ciencias. El conocido periodista Andrés Aberasturi defiende a menudo la inutilidad de saber hacer raíces cuadradas y otras operaciones.
En mi etapa como sindicalista pude ver como se elegía para la comisión de escrutinios del congreso gallego de la federación de la enseñanza de mi sindicato a una persona. La única función de ese puesto es contar los votos de las muchas votaciones que se realizan en el congreso y dar los resultados en porcentajes. Después de agradecer los aplausos, esa persona —profesora de instituto— se dirigió a mí discretamente para que le explicara cómo se calculan los porcentajes. No sé qué me escandalizó más: que una profesora no supiera calcular porcentajes, que el sindicato nombrara a alguien sin asegurarse de que valía para el puesto o que la persona no renunciara inmediatamente al nombramiento.
Algún tiempo después, un sindicato rival publicó en su boletín informativo un artículo sobre la pérdida de poder adquisitivo de los salarios. En una columna ponían los índices de coste de la vida (IPC, inflación) y en la columna de al lado, las subidas de salario. Estas últimas eran casi siempre menores que las anteriores. Hasta ahí todo bien. Como se sabe, tanto el IPC como las subidas de salario son porcentajes sobre el dato del año anterior. Como conclusión del estudio, sumaban ambas columnas para argumentar cuánto se había perdido. Escribí un artículo en tono festivo burlándome de que en ese sindicato no sabían calcular porcentajes. Mi artículo fue recibido por mis compañeros con cara de póquer y no con el entusiasmo que yo esperaba. Me quedé desconcertado hasta que averigüé que ellos calculaban esa diferencia del mismo modo y así lo habían publicado en otras ocasiones en nuestro propio boletín. Creo que ahí empezó mi desencanto con la acción sindical.
La capacidad para hablar y escribir con un mínimo de corrección, poniendo en su sitio la mayoría de las bes, de las uves, de las ges, de las jotas y de las tildes; el conocimiento aproximado de la historia de España y de Europa, al menos; lo mismo respecto a la geografía y cierta habilidad matemática que te permita hacer y, sobre todo, estimar, operaciones sencillas, forman el núcleo de lo que debe ser considerado educación básica. En España, formalmente, la Educación Básica está constituida por la Educación Primaria (EP) y por la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Diez cursos en total: seis de EP y cuatro de ESO, cursados normalmente de los siete a los dieciséis años de edad. Aparte de básica es común y obligatoria para todos los niños. Debería ser más que suficiente. Nuevamente estamos ante un fracaso del sistema educativo y, muy especialmente, de la ESO.
No creo que estos males hayan comenzado con la ESO, pero, al menos, este sistema actual no ha hecho nada por mejorarlos e, incluso, han empeorado. La formación básica de la mayoría de los españoles se ha degradado en los últimos tiempos.
En mi opinión, hay que separar lo común de lo básico y de lo obligatorio. Creo que como formación común —la misma para todo el alumnado en las mismas aulas y con el mismo currículo, salvo alguna optatividad— es suficiente con ocho años, desde los siete hasta los catorce, llámense estos Educación Primaria o parte Primaria y otra parte Secundaria. El objetivo principal de estos ocho años sería alcanzar esas habilidades básicas.
La Enseñanza Obligatoria debería extenderse hasta los dieciocho de edad, pero contemplando diferentes posibilidades. Es, en parte, el modelo portugués o el alemán. Los portugueses llaman a las diferentes vías de la Educación Secundaria Cursos Generales, Cursos Artísticos, Cursos Tecnológicos y Cursos Profesionales. En mi opinión, esta sería una etapa de cuatro años, desde los quince hasta los dieciocho. En este esquema, o en otro por el estilo, la educación básica continua por el sencillo procedimiento de incluir en todas las vías de esta etapa, el estudio de la Lengua, la Historia, la Geografía, las Matemáticas y algo de Ciencia.
Para definir qué es formación básica es fundamental desligarse de ataduras corporativas. No se trata de contentar a los distintos colectivos profesionales: los profesores de Historia, los de Filosofía, los de Música, los de Tecnología o los de Química. Creo que en esto han caído las leyes de Educación recientes. La ley actual define como materias troncales —vale decir, básicas— la Lengua Española y la de la Comunidad, la Lengua Extranjera, la Historia, la Geografía, las Matemáticas y las Ciencias Naturales —aviso para los de letras: las Ciencias Naturales son la Física, la Química, la Biología y la Geología—, pero luego se contradice a sí misma introduciendo una enorme cantidad de materias que compiten con las troncales y les restan tiempo.
Por la parte que me toca: creo que hay pocas cosas de Física y de Química que sean realmente básicas, es decir, que toda persona medianamente formada deba conocer. Una de ellas es el hecho de que la materia se compone de átomos y de moléculas; que los átomos diferentes son más bien pocos y que los más abundantes, todavía menos. Puede que sea importante conocer de dónde se obtiene la ingente cantidad de energía que consumimos en la vida moderna, así como tener algún conocimiento sobre la electricidad, el uso del Sistema Internacional de Unidades y del Sistema Métrico Decimal y poco más. Pero estoy convencido de que a un niño de trece años no le hace ninguna falta saber calcular el tiempo que tardará en recorrer cierta distancia un móvil que lleva una aceleración de tantos metros por segundo al cuadrado. Y esto por mucho que disfracemos el móvil con el ropaje del último héroe de las carreras de motos. Creo que todos deberían hacer una reflexión similar.